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CAP 5: LA MAGIA DE LOS BESOS
Pues ahora que ya nos hemos visto -dijo el unicornio-, si tú crees en mí, yo creeré en ti ¿Te conviene el trato?
(Alicia en el país de las maravillas)
Bevan se arrebujó en la suave capa, aquel extraño y maravilloso tejido era cálido y su color parecía cambiar según el entorno, pero lo más turbador era como todavía conservaba el aroma de su élfico propietario, aquella fragancia sublime y que hacía solo unas horas él había respirado de una dorada epidermis. Suspiró, todavía sentía como su piel ardía en aquellas zonas que habían sido acariciadas por aquellos inmortales labios, su cuerpo se estremecía aún con breves temblores como si todavía no se hubiera repuesto de la turbadora experiencia.
Simplemente su mente intentaba todavía asimilar el por qué se había entregado de esa manera, de aquella forma total y desinhibida. Tal vez, tal vez había sido desde el momento en que Alianus le robó aquel primer beso, su maestro nunca le había hablado de esta magia, de la magia de los besos. Aquel beso había tenido algo muy poderoso, como se podía combatir aquello que se desconocía, nada podía haberlo preparado para todos los sentimientos que lo asaltaron en aquel instante.
Pero después su amante se había ido, desaparecido de forma tan imprevista como llegó y solo le dejo de recuerdo los lirios de cristal, una capa y un deseo.
El deseo de volver a verlo. Bevan se paró bruscamente, se mordió los labios para evitar emitir un gemido ante el pensamiento que lo asaltó: “No te engañes Bevan, ¿por qué iba el a volver a verte, a buscarte? Ya cogió lo que le interesaba, nada podía importarle menos a un elfo que un humano”. Cerró un momento los ojos, tenía que olvidar lo que este día había pasado, todo. Sabía que el tiempo curaría la herida, olvidaría a Alianus, lo olvidaría….¿verdad?
Siguió su camino, llevaba muchas horas, sólo alumbrado por una luciérnaga mágica que había sacado de unos de sus numerosos saquillos, estaba demasiado cansado como para intentar invocar alguna llama. Sabía que su maestro se estaría preguntado por su tardanza. Ya no quedaba mucho. Oía el murmullo del río.
Ante su vista los troncos de los árboles se habrían, despejando un camino, que llevaba hasta un borde de una enorme garganta que se abría como una herida profunda en el terreno de la foresta, al fondo de la hendidura sonaba el canto del agua, que saltaba entre las afiladas rocas. Un puente salvaba el abismo, al otro lado se podía divisar una esbelta torre negra que surgía entre unos extraños árboles, de troncos torcidos.
Bevan atravesó el sólido puente, intentando fijar su vista, obstinadamente, en su destino. Su corazón siempre se aceleraba cuando cruzaba, sabía que muchos metros le separaban de una caída muy, muy larga y mortal. Estaba seguro que las fauces de aquella corriente fría se habían tragado a más de uno. Todos estos pensamientos eran inevitables, sobre todo, teniendo en cuenta que Bevan tenía una fobia acusada a las alturas.
Cuando llegó al otro extremo, emitió suspiro de alivio. Siguió el camino, que estaba medio escondido entre las altas hierbas. Se paró justo en el linde de la extraña foresta, ningún sonido salía de ella, mas bien parecía tener la extraña cualidad de absolverlos. Parecía que los árboles esperaban, que escuchaban, que aguardaban.
- Soy Bevan- su voz sonó clara y fue tragada por las afiladas hojas.
Bevan avanzó, la luz que le guiaba pareció debilitarse en el opresivo ambiente, parpadeaba, la luminosidad nunca era bienvenida por unos árboles a los que se denominaban, merecidamente, sauces vampiro. Bevan escuchaba en el aire cuchicheos, voces, respiraciones y sabía que eran los sauces.
Parecían que se reían de él, que se burlaban, lo único que le protegía de que bebieran de su sangre era la autoridad que su maestro ejercía sobre estas oscuras criaturas, les había prohibido expresamente tocar a Bevan.
Divisó la puerta de la torre, era enorme, labrada con extraña runas de protección. Unas gárgolas vigilaban a ambos lados, sus caras de demonio se giraron al pasar Bevan.
- Llegas tarde- comentó Diestra.
- Abridme- ordenó.
- Sí, tarde- rió Zurda- el amo no estará muy contento.- Sólo llamaban amo a su maestro.
Bevan, cerró lo ojos con desesperación, lo último que le apetecía esta noche era aguantar las burlas de las gárgolas.
- Y hay un olor extraño en ti- Diestra movió la ganchuda nariz.
- Sí, extraño- repitió como un eco Zurda.
Bevan se alarmó, no podía creer que fueran capaces de sentir el aroma de Alianus, pero si ellas con sus hocicos de piedra lo había hecho…..entonces su maestro. Apretó las manos, formando un puño.
- ¡ABRIDME!- acompañó su orden con una mirada amenazadora que pareció incendiar sus ojos, las extrañas motas doradas que flotaban en sus grises iris resplandecieron.
Las gárgolas temblaron, su temor se tradujo como un rodar de guijarros. La puerta de abrió.
- Gracias- dijo Bevan, secamente.
Las gárgolas se limitaron a emitir un pétreo siseo de desprecio.
Ante la vista de Bevan se abría un enorme vestíbulo, iluminado por velas, mesas y estanterías repletas de libros con complejas inscripciones se extendían por doquier. En el centro una enorme escalera espiral que llevaba a las plantas superiores de la torre, la cual era mucho mas grande de lo que aparentaba por fuera. Bevan, miró a ambos lados, parecía que su maestro no lo esperaba. Quizá pudiera evitar el desagradable encuentro.
Silenciosamente se encaminó hacia la escalera, cuando una mano enorme salió de la oscuridad que se proyectaba entre los enormes pilares. La garra hizo presa en su cuello, lo levantó a varios palmos del suelo y lo estampó con fuerza contra la negra piedra de la columna. Unos ojos amarillos se clavaron en los suyos, brillaban en la sombra como si una luz mortecina los animara desde el interior.
- Vaya, vaya pero si es mi querido compañero- un rostro de rasgos afilados y cuadrados se acercó para examinar la cara de Bevan, que estaba contraída por una mueca de dolor – El maestro estaba pensando ya en enviar un par de elementales en tu busca, creía que ya habías huido- Una risotada rompió en el aire, parecía el ladrido de un perro.
- Suéltame Darcas- jadeó Bevan. Sus manos se agarraron al enorme antebrazo de su opresor, debajo de sus yemas podía sentir la cantidad de cicatrices que surcaban la dura piel. Aquellas cicatrices marcaba a todos los practicantes de magia negra, los sortilegios tenebrosos siempre necesitaban que se derramara sangre.
- ¿Y si no quiero?- Darcas que dirigió una lujuriosa mirada, recorriendo el cuerpo de Bevan- ¿qué harás pequeño invocafuegos?
Bevan guardó silencio, sintiendo como el agarre de su cuello se iba volviendo cada vez más poderoso. Sabía que Darcas era muy fuerte, no podía ser menos viniendo de un híbrido como él. Darcas sonrió, enseñando unos colmillos que no eran del todo humanos, se relamió mientras pegaba su cuerpo al del otro aprendiz.
Bevan no pudo soportarlo. Darcas de pronto se detuvo, al sentir como las yemas de los dedos de Bevan, que apretaban su piel, adquirían de la temperatura del hierro candente quemando la epidermis hasta el músculo.
- AAAARRRGGG- rugió, lanzando a Bevan hacía un lado- ¡Maldito bastardo!- se dispuso a abalanzarse sobre Bevan, que se encontraba confuso en el suelo.
- Ya basta- un tono gélido los inmovilizó a ambos. Bevan palideció al observar como una alta figura descendía los escalones con elegancia. Su maestro lucía una túnica púrpura y una capucha ocultaba un rostro que era totalmente inexpresivo, neutro, tatuado con runas de poder, pero lo que mas llamaba la atención eran sus ojos, eran totalmente blancos, su maestro era ciego.
Se acercó a ambos.
- Darcas- el aludido retrocedió ante el peligroso tono.-Que sea la última vez que levantas esas voces en esta torre y desde luego no permitiré que mis dos aprendices se revuelquen en una pelea por el suelo, como vulgares campesinos. Puedes irte a tu cuarto.
- Bevan- los lechosos orbes se clavaron él- dame una buena excusa para no castigarte. Estuviste dos días fuera sin mi consentimiento. Explícate.
Darcas no se había retirado todavía, tenía ganas de ver como Bevan era castigado por su desobediencia. Bevan se levantó lentamente para hacer frente a su maestro e hizo una compleja reverencia al tiempo que sacaba los lirios de cristal. Su aroma se extendió, como una bendición, por el aire cargado de secretos de la torre.
- Trajes unos lirios de cristal, maestro- se los ofreció sin dudar.
Darcas boqueó sorprendido; “¿Dónde diablos los habrá conseguido este imbécil?”. El maestro los tomo delicadamente.
- Excelente, excelente- su voz denotaba mucha satisfacción- Darcas deberías de aprender de él. Esta vez te has salvado Bevan.
Darcas dirigió una mirada colérica a la esbelta figura de Bevan, que ni siquiera se digno a responderle. Darcas sintió como la sangre se le agolpaba en sus sienes, no permitiría que aquel advenedizo pusiera en peligro su posición. Sólo habría un maestro para Torre de la Mandrágora. Se retiró a su habitación, no sin antes prometerse que Bevan pagaría por cada una de aquellas quemaduras.
Bevan suspiró interiormente, no tenía ganas de sentir la ira de su maestro sobre él, sabía por experiencia propia que podía ser muy despiadado.
- Maestro, estoy muy cansado. ¿Puedo retirarme?
- Sí- la encapuchada figura acariciaba los lirios de cristal con suavidad, éstos emitían un tintineo cada vez que lo recorrían los esbeltos dedos su cristalina superficie.
Bevan se inclinó, pero cuando pasaba por el lado de su maestro una mano se posó en su hombro, girándolo con firmeza. La cabeza cubierta se acercó hasta su cuello e inspiró. Bevan no pudo evitar temblar.
- Hay un olor extraño en ti. No son los lirios, es otro aroma muy diferente- la voz era pesada y ominosa- Me recuerda a algo que ahora no puedo precisar. ¿Cómo ha llegado hasta tu cuerpo, querido aprendiz?- había un retintín en las últimas palabras.
Bevan no podía apartar los ojos de los ciegos de su maestro, a veces pensaba que hubiera sido mil veces mejor que su maestro no estuviera privado de la vista, perderse en aquellas lagunas blancas era como ser tragado por un pozo, no reflejaban nada, no transmitían nada, eran unos ojos muertos. Y eso estremecía a Bevan.
- No lo sé maestro- mintió Bevan, rezó a todos los dioses que conocía para que su voz no reflejara la inseguridad que sentía en su interior. Rezó con todas sus fuerzas.
Su maestro volvió a inhalar, aumentando el agarre del hombro de Bevan.
- Está relacionado con estos lirios de cristal- la sonrisa de su maestro fue dura- pero por esta vez no utilizaré otros medios para sacarte la verdad. Buenas noches.
Su maestro se retiró, mientras Bevan sentía que su cuerpo se había convertido en agua, se encaminó tambaleándose hasta sus aposentos privados.
Su habitación era muy pequeña, puesto que el era el aprendiz de menor rango, tenía un catre en el nicho la pared, una mesa larga para sus horas de estudio, montañas de libros repartidos por doquier y una amplia ventana por la cual se podía divisar el Bosque de la Mandrágora.
Se desnudó perezosamente, sin apartar la vista del nocturno panorama. De pronto cayó en la cuenta que algo le faltaba, reviso todos lo saquillos concienzudamente; “falta mi daga”. No había duda, la había perdido o “Alianus se la llevó, pero ¿por qué?”.
Se tendió en el lecho, su cabeza le daba vueltas, los ojos se le fueron cerrando mientras toda la energía que lo había mantenido de pie desaparecía. Se envolvió en la capa, mientras el sueño hacía presa en él, no pudo evitar desear volver a ver aquellos ojos turquesas, la plateada cabellera, aquellas orejas puntiagudas y a sentir los labios que sabían prodigar aquellos mágicos besos.
- ¡Por las estrellas Alianus!, no puedo creer que me pidas eso- el elfo, vestido con una túnica azul meneo la cabeza- sabes que Nimbus ha prohibido practicar magia sin su consentimiento expreso.
Alianus sospesó las palabras de Firas, un antiguo amante, no daban lugar a dudas; Nimbus estaba extendiendo su influencias de forma alarmante, hasta el punto de permitirse dar ordenes que por su naturaleza sólo podía emitir el rey. Era algo muy preocupante. Pero nada de esto dijo en voz alta, en lugar de ello embozó su sonrisa más seductora, era el tipo de sonrisa que Tellus calificaba como “capaz de derretir a una piedra”, Firas se quedó encandilado.
- Firas, yo soy el príncipe y si te pregunta le dices que yo te lo ordené, si tiene algún problema que venga él directamente a tratarlo conmigo- se acercó aún mas al otro elfo- solo es un pequeño hechizo de localización y enlace.
- ¿Tienes algo de esa persona?
- Sí- Alianus le extendió una pequeña daga. Firas la cogió y la examinó con curiosidad.
- Vaya, se parece mucho a las que utilizamos nosotros para cortar los tallos de plantas con propiedades mágicas- deslizó un dedo por la ondulada hoja- ¿y esa persona tiene algo tuyo?
Alianus levantó una ceja plateada con elegancia, como quién ha hecho una jugada magistral y lo sabe.
- Sí- dijo suavemente.
- Maestro, me gustaría salir de nuevo- la encapuchada cabeza se inclinó como si no diera crédito a sus agudos oídos.
- No llevas ni tres días en las torre desde la última salida y me pides permiso de nuevo- los labios se tensaron- ¿es por algo particular?
Bevan no podía decirle a su maestro que lo impulsaba un turbador anhelo, una ansiedad se había despertado en su corazón esa mañana y algo parecía llamarlo de nuevo a las frescas sombras del Bosque de la Mandrágora.
- Me gustaría buscar unas cuantas hierbas para mi estudio sobre pociones de curación. Y de paso reponer la existencias de las otras plantas que tenemos, andamos muy escasos.
- Mmmmm- los dedos tamborilearon sobre la pulida superficie- de acuerdo. Pero debes llegar como muy tarde alas doce de la noche.
Bevan se inclinó y salió del laboratorio de la cúpula de la torre. Prácticamente corrió por los resbaladizos escalones y traspasó el umbral de la puerta de la torre sin ni siquiera hacer caso a la grosera despedida de las gárgolas. En su alegría por volver a respirar el aire puro no fue conciente de que otra figura lo seguía muy de cerca.
Bevan pudo encontrar el camino a Inradiel, sin apenas esforzarse, es como si se hubiera grabado, sutilmente, en su mente. Caminó con ligeraza, tenía ganas otra vez de ver las bellas ruinas, de pasearse por aquellos arcos rotos, de volver a olor los lirios de cristal, esta vez sin cortarlos.
Llegó cayendo la tarde, por el camino había ido recogiendo las hierbas que le había prometido a su maestro. Se paró en el claro, salpicado de níveas columnas. Admiró la bello pero triste vista. Un tintineo llegó hasta sus oídos, sonrió al evocar como ese mismo sonido lo había llevado a conocer a Alianus.
- Así que fue aquí donde conseguiste los lirios- una voz ruda rompió todo el encanto. Bevan se giró alarmado- ¡Lanzas de oscuridad!
Bevan intentó levantar un escudo pero ¡demasiado tarde!, unas ráfagas proyectadas por los dedos de Darcas atravesaron todo su cuerpo, levantándolo como si fuera un muñeco de trapo y lazándolo hacia atrás, golpeó el suelo con dureza. Un dolor atroz lo envolvió cuando Darcas lo atacó nuevamente con una espiral de oscuridad que traspasaba todos los poros de su piel, su mente estaba nublada, oscurecida.
El olor a sangre impregno el aire, con horror se dio cuenta que era su propia sangre que en ese momento le inundaba la boca. Unas lágrimas asomaron a sus ojos y un gemido escapó de su labios.
Unos dedos se cerraron sobre su cuello, impidiéndole la entrada al aire, debajo de las uñas de Darcas se escapaba la negra emanación mágica y las cicatrices de sus antebrazos estaban todas abiertas.
- Demasiado tiempo me llevas jodiendo Bevan. Será muy fácil hacerle creer al maestro que te escapaste- sonrió, mientras acercaba su rostro al de Bevan. Éste luchaba por liberarse- tal vez, antes debería divertirme contigo.
Bevan cerró los ojos. De pronto el grito desgarrador de marcar resonó en el claro, Bevan abrió los ojos a tiempo de ver como la oreja derecha de Darcas salía volando y una enorme herida surcaba la mejilla del mismo lado. Darcas lo soltó y se giró soltando saliva por las contritas comisuras de los labios.
Ante Darcas se erguía Alianus, orgulloso e impasible, hermoso y peligroso .La punta de su espada estaba impregnada de sangre y sus ojos relucían como dos piedras preciosas. Su voz sonó alta, clara y fría como el filo de su espada.
- Nadie toca lo que es mío.
CÁPITULO 6: ERES MÍO.
``Parecía de buen talante, pensó ella; pero aún así, tenía garras muy largas y muchísimos dientes, de modo que sintió que habría que tratarlo con respeto´´
(Alicia en el País de las Maravillas)
Darcas se irguió como si fuera una enorme mole de furia y odio, su mano cubría la brecha de su carne de la que manaba sangre, donde había estado su oreja derecha, el rojo líquido salpicaba entre las verdes hierbas. Por las comisuras de sus labios se deslizaba la saliva y sus ojos amarillos se clavaron en la esbelta figura de Alianus, que sonreía con burla. Su sombra alcanzó al elfo, cubriéndole como una asfixiante capa, destacando entre la antinatural oscuridad la plateada cabellera que brillaba con luz propia.
Alianus no retrocedió ante la emanación de energía negra que parecía destilar todas las heridas abiertas de los antebrazos de Darcas. Su cuerpo adopto una extraña postura de combate.
- ¡BASTARDO!- La voz de Darcas se alzó como un rugido animal. Su voz trazó como latigazos una maldición oscura. De sus dedos salieron lanzas de magia, dirigidas contra el desafiante elfo.
- ¡Cuidado Alianus! , ¡Huye!- Bevan apenas pudo emitir un gemido, intentó levantarse para ayudar al elfo pero sus heridas lo postraron dolorosamente contra el suelo, se mordió los labios con frustración al ver como Alianus no se movía, como si no hubiera oído su advertencia.
Alianus esperó hasta el último momento, alzó su espada, las piedras preciosas de su pomo se iluminaron como si fuera una constelación de estrellas. Trazó, con elegancia y con una velocidad que desafiaba toda descripción, un arco en el aire, delante de él. El hechizo de Darcas se estrelló contra el etéreo escudo levantado, haciéndose pedazos.
Darcas abrió la boca, pasmado, ¿Cómo era posible que el elfo hubiera destruido su maldición con esa facilidad?, ¿cómo?. La risa de elfo resonó en el perfumado aire de la tarde, no era una risa gentil, en ella había desprecio y orgullo.
- ¿Sorprendido?- los ojos se fijaron en el semipostrado Darcas, sus pupilas verticales se estrecharon aún mas, pareciendo que sus iris eran del todo turquesas- Eres demasiado torpe, tu magia negra es ridícula- Darcas comenzó a entonar otro hechizo- si quieres mantener un duelo conmigo deberías esperar a tener 220 años más, sobre todo cuando lo que te juegas es la vida.
Alianus saltó como una pantera, sus rápidos pies acortaron el espacio que lo separaban de Darcas, su espada trazó una fulgurante finta pareció cruzar su faz, Darcas cayó hacia atrás con un alarido de dolor que estremeció el corazón de Bevan. Darcas acababa de perder su ojo derecho también. Alianus no satisfecho con eso se acercó a la figura que se revolcaba en el suelo, en su mirada no había ninguna piedad, la puntera de su bota salió disparada hacía el estomago de Darcas con enorme fuerza, Bevan oyó el crujido de unas costillas.
- Vaya, ya no eres tan valiente.-ladeó el hermoso rostro, estudiando el dolor de Darcas, como si fuera in insecto clavado en una aguja.- La mejor manera de matar a las alimañas como tú es cortándoles la cabeza- Alianus levantó la espada sobre el hombre, que se había dejado de mover ante el ominoso anuncio, se ovilló lastimeramente, gimiendo, lloriqueando, suplicando piedad. El elfo no se conmovió, como una bella figura de mármol, su cara no dejaba entrever ningún tipo de sentimiento.
El agudo filo empezó a dibujar su mortal trayectoria, de pronto un tirón en su ropa detuvo el brazo de Alianus, la espada se inmovilizó a milímetros del cuello de Darcas. Alianus se giró sorprendido, Bevan se había arrastrado hasta ellos y con un último esfuerzo había agarrado parte del pantalón de Alianus.
- Basta por favor, basta.- los grises ojos de Bevan estaban cristalizados por las lágrimas- déjale ir.
Alianus sospesó con la mirada la suplicante figura, en su interior se debatía entre acabar con la vida de aquel miserable que había osado herir a Bevan o atender al ruego de su amante.
Bruscamente sus esbeltos dedos agarraron los cabellos de Darcas, con una enorme fuerza levantó su pesada cabeza hasta la altura de sus ojos.
- Vete- su voz era helada, estaba dotada de esa frialdad que es capaz desollar la piel en invierno- espero no volver a ponerte nunca la vista encima. Recuerda que le debes la vida a Bevan, si tienes suerte nunca te lo cobrará.
Lo soltó, Darcas se irguió tambaleante y con paso vacilante salio corriendo del claro, dejando un rastro de sangre detrás de sí, mientras en su alma iba anidando, como un inmundo gusano, un odio terrible hacia Alianus y Bevan. Un odio que solo sería satisfecho con sus muertes.
Alianus enfundó su espada, se arrodilló junto a Bevan que jadeaba. Pasó las manos por el amoratado cuello, acariciando con gentileza la tersa piel. Bevan levantó la vista y se perdió en aquellos increíbles ojos, ojos de un color que ningún mortal jamás poseería. Un silencio íntimo se levanto entre los dos, era el tipo de silencio que reina en un encuentra muy deseado, cuando las palabras no alcanzan a expresar todo lo que uno siente en ese momento. El príncipe ni siquiera lo intentó.
Se inclinó y tomo los labios de Bevan con una sensual suavidad, El joven cerró los ojos, devolvió el beso con el mismo ardor, como si el dolor de su cuerpo se esfumara con el solo roce de su amante. Las manos de Alianus lo rodearon y con ternura lo elevó sin romper el contacto de sus labios. Entre sus brazos Bevan era muy ligero, éste había aprovechado para rodear con sus brazos el cuello del elfo.
La dorada luz del ocaso penetró entre las hojas de las copas de los árboles, cayendo como si fuera una cortina del oro en el claro de las ruinas, rodeando con un mágico halo a la extraña pareja.
Bevan rompió el beso para coger aire, sonrió.
- Pensé que jamás volvería a verte.
- Pensaste mal.- Alianus le hizo un guiño. Sus dedos recorrieron el costado de Bevan, frunció el ceño- Estás herido.
Bevan se sobresaltó, al darse cuenta de que el día ya estaba muriendo. A pesar de sabor a sangre que inundaba su boca y del dolor que parecía penetrar en sus huesos intento deshacerse con suavidad del abrazo de Alianus, evitándole mirar a la cara.
- Debo irme. Por favor, déjame en el suelo.
- ¿Qué harás si no quiero?- Alianus se resistió a los débiles intentos del muchacho- No pienso dejarte que vayas a ningún lado en tu lamentable estado.
- Pero…-jadeó Bevan
- Te recuerdo que aún te ata tu promesa, me elegiste- sus dedos se deslizaron por la barbilla de Bevan, levantó el mentón para sumergirse en aquellos ojos grises cuyas motas doradas habían captado los últimos rayos solares y danzaban como minúsculas luciérnagas.- ¿Acaso tu palabra no vale nada?
El humano apretó los labios en una delgada línea. Los recuerdos de aquella tarde parecieron desbordar el dique de su memoria, inundando su mente de imágenes y sensaciones, de besos, caricias y gemidos. Y una vez más inclinó la cabeza ante el elfo.
- Mi palabra es la única pertenencia que tengo y te la he dado a ti.
Alianus estrechó los ojos ante la respuesta pero no podía negar que en ella había una entrega del ser de Bevan, una promesa que casi asustaba, una promesa que no estaba seguro de querer aceptar, implicaba demasiadas cosas. No dijo nada, se limitó a pasar los esbeltos dedos por el asombroso cabello azabache de Bevan y tomo una decisión.
- Entonces nos vamos de aquí pero juntos.
Tellus maldijo en voz baja, cuando oyó que alguien aporreaba de forma muy poca educada su puerta. “¿Quién diablos puede ser a estas horas de la noche?”, hizo a un lado la manta, se irguió de su lecho y bostezando se dirigió hacia la puerta de mármol rosa que custodiaba la entrada de su casa.
Al contrario que la mayoría de los elfos, Tellus había preferido edificar su vivienda en un lugar alejado de la ciudad, en una caverna que tenía un pequeño lago de aguas frías, alimentado por pequeñas cascadas, y cristales de rocas que captaban la luz de los hongos fosforescentes que crecían entre las grietas de las rocas. También se les había arreglado para lograr hacer crecer plantas, con la ayuda de un mago amigo suyo, las había adaptado para vivir en la semioscuridad, pero los más sorprendente es cuando dieron flores estas emitían una luminiscencia en variados colores desde un pálido rosa a un blanco lechoso.
Aldariam, la hermana de Alianus, amaba aquellas flores, decía que eran una muestra de cómo la vida y la belleza se puede abrir paso incluso en las condiciones más adversas.
Tellus boqueó sorprendido al ver a Alianus erguido en el umbral, entre sus brazos sostenía un cuerpo envuelto por su capa, su rostro estaba oculto por los pliegues oscuros de la tela, parecía que la desconocida figura dormía. Alianus sonrió al ver la cara de Tellus, recorrió con la mirada, muy lentamente, deliberadamente, su cuerpo haciendo a Tellus conciente en ese momento de que había abierto la puerta vestido solo con el taparrabos.
- Espero que no estuvieras esperando visita.
- Y yo espero que no sea una simple visita de cortesía para ver que lo que me pongo para dormir.
Alianus meneó la cabeza, paso al lado de Tellus y se dirigió al dormitorio. Tellus le siguió intrigado.
- Antes cierra la puerta.- Tellus obedeció.
Cuando llego al dormitorio observó como Alianus depositaba con gracia el cuerpo en su cama, a continuación le quitó lentamente la capa para evitar despertarlo. Tellus se acercó y observó el rostro de Bevan. Sus ojos se abrieron, su mirada recorrió cada rasgo, cada línea del aquel cuerpo y casi no pudo evitar jadear al ver como Alianus acariciaba la pálida mejilla, sintió en su corazón un presagio de futuro, era como ver una antigua historia se volvía a repetir.
-¡Por las estrellas Alianus!, ¿te has vuelto loco?- susurró furiosamente Tellus- ¡Es un humano!, has infringido la prohibición.
Alianus levantó la vista, sus ojos brillaban de forma extraña, Tellus reconocía esa mirada, era la mirada tozuda de Alianus, la tenía cuando había tomado una decisión inamovible, era la terquedad personificada. Sabía que cualquier palabra no iba a servir para hacerle entrar en razón, sería como lanzarle insultos a una tormenta, totalmente inútil.
- No podía llevarlo al palacio y además está herido.
- ¿Herido?- Tellus se acercó a Bevan, con los ojos pidió permiso a Alianus y este asintió, cuidadosamente empezó a desnudarlo, podía sentir debajo de las yemas de sus dedos la tersa piel que ardía por la fiebre. Observó críticamente los moretones oscuros de los costados y las marcas de dedos en el cuello. Bevan ni siquiera se movió.
- Creo que no hay nada roto. De todas formas voy a darle una infusión para fiebre, tengo la impresión de que estas heridas han sido causadas por un ataque mágico, tiene todas las marcas. Le aplicará un emplasto de hierbas blancas, son las más adecuadas.
Alianus le sonrió como agradecimiento mientras peinaba con los dedos los cabellos de Bevan, que perecía tranquilizarse bajo su toque. El rostro de Tellus mostraba preocupación, tenía la impresión de algo estaba ocurriendo entre aquel humano y Alianus, pero lo que más le atemorizaba era el dolor que podía causarle a ambos,``otra vez ´´. Puso una mano sobre le hombro de Alianus.
- Tenemos que hablar.
Muy lejos de allí, en la sala que coronaba la Torre de la Mandrágora el encapuchado maestro de Bevan levantó su rostro, olfateó el aire repetidas veces, como si el viento nocturno escondiera entre sus negras alas cosas que el solo podía sentir. Embozó una sonrisa afilada.
- Algo se acerca.
Bajo las sombras del bosque Darcas se arrastraba penosamente, mientras que la cuenca de ojo derecho, vacía, latía intermitentemente, cada pulsación le hacia lanzar un juramento de venganza y odio, odio y venganza contra Alianus y Bevan. Sólo con su destrucción estaría satisfecha el hambre que perecía estar anidando en su corazón y que alimentaba a su vez a su magia oscura.
Nimbus sonrió, las piezas de su plan empezaban a encajar pero todavía le hacia falta un golpe maestro, un golpe mortal, algo que debilitara por completo la estructura de poder actual e inclinara la balanza a su favor, otorgándole la victoria. Debía ocurrir pronto, sabia que el tiempo no corría a su favor.
En otro espacio, entre dimensiones, envuelto entre poderosas corriente mágicas, la esencia de un poder muy antiguo empezaba a removerse en su sueño, una voz que encarnaba la misma oscuridad lanzó un sensual suspiro y miles de motas de realidad se removieron atemorizadas. El Señor de la Noche, en su descanso, comenzaba a presentir el momento de su renacimiento y en sus sueños, sean cuales sean los sueños que puede tener un dios, aprecian unos ojos grises donde resplandecían unas motas doradas.
Aldariam en su lecho, se despertó con un grito desgarrador, su cuerpo temblaba sin control, las lágrimas surcaban las pálidas mejillas. Las palabras que salieron, a duras penas, entre sus labios, estaban teñidas de un miedo ancestral.
- La oscuridad.
CAPITULO 7: DAMOCLES.
“Escucha el viento Rose Walker, trae cosas malas”
( Sandman, La casa de muñecas)
El desierto de Las Ilusiones se extendía hasta el sur, durante muchos kilómetros hasta cerca de las Montañas Azules y lindaba al este con la Fortaleza Negra, hogar los temibles caballeros impíos, más al norte con las bulliciosas ciudades de Namur, Bozar y la atestada Cambrias. Era el único desierto del mundo con arenas blancas, granos de pálida y cristalina belleza que se deslizaban por sus altas dunas.
Numerosas leyendas se hallaban entretejidas con aquel desierto, muchas contaban la terrible guerra que había tenido lugar hace miles de años, cuando los ejércitos de la luz se enfrentaron con los ejércitos de la oscuridad en un último y desesperado intento por conseguir la victoria.
La increíbles fuerzas mágicas desatadas tuvieron como consecuencia que arrasaron un gran zona del continente convirtiéndola en un desierto, lo que ninguna lograba explicar del todo era el por qué del misterioso color se sus níveas arenas. Quizás ese secreto sólo era conocido por sus únicos habitantes, los Nómadas Blancos, denominados así por sus vestimentas, que lograban hacerlos totalmente invisibles a los ojos de cualquier criatura excepto, quizás, a los de los propios dioses.
Los Nómadas Blancos llevaban incontables generaciones viviendo en aquel desierto, al cual se había adaptado admirablemente, los habitantes de las ciudades decían que por sus venas no corría sangre sino arena y los Nómadas lejos de ofenderse por esa comparación sonreían con orgullo. Poco se sabia sobre ellos, pero su fama los precedía allá donde fueran, fama de ser temibles guerreros, susceptibles, engreídos, fieles a sus amigos e implacables con sus enemigos.
Los mercaderes les tenían un particular terror, pues los Nómadas eran capaces de vaciar sus bolsas de oro con los astronómicos precios que exigían por guiar las largas caravanas de mercancías por el de Desierto de las Ilusiones, pero era bien sabido que quién se adentraba en aquellas arenas sin guía de los Nómadas jamás se volvía a saber de ellas.
Sólo los Nómadas conocían los secretos de aquel desierto, sólo ellos conocían los peligros que se escondían entre sus blancas arenas.
Thair palmeó con suavidad el cuello de su dromedario blanco, que se removía inquieto y esperó pacientemente hasta que el jinete llegara hasta su altura. Miró como el hombre espoleaba frenéticamente a su montura, como si la velocidad a la que iba no fuera suficiente para las noticias que le quemaban la lengua. `` Algo muy extraño está pasando. El viento que está soplando no es natural- pensó cuando sintió una nueva ráfaga que elevó sus vestimentas.
Berar se paró a su lado, se quitó la tela que cubría la parte inferior de su rostro, a pesar de que le viento aullante que soplaba le introducía la arena en la garganta. Era una señal de respeto.
- Mi señor- se inclinó.
- ¿Y bien?.- Thair lo imprecó impacientemente- ¿hacía adonde ha ido?.
Berar levanto hacía el unos ojos llenos de temor, su humedeció los agrietados labios. Su voz temblorosa traicionó el gesto firme con el cual sujetaba las riendas.
- Mi señor, ese viento monstruoso ha levantado una ola de arena de cuarenta metros.
La compañía de guerreros, que rodeaban a Thair, emitieron jadeos de asombro y miedo. Thair no hizo ni un solo gesto pero sus increíbles ojos verdes, que contrastaban con su morena piel, se entrecerraron como si sintiera que todo aquello no obedeciera en modo alguno las leyes del desierto que conocía desde su niñez.
- ¿Hacía donde?- repitió con suavidad.
- Se dirige hacia Cambrias, lo más extraño es que ni siquiera se acercó a la Fortaleza Negra, como si esa maldita ola tuviera voluntad propia.
Thair hizo una mueca, una especie de sonrisa siniestra.
- Mala suerte, nos hubiera ahorrado la labor de mantener a raya a los caballeros impíos.- se levantó de su montura, su voz resonó clara y limpia en medio de aquella tempestad de arena- ¡ A Cambrias!.
Lanzó su montura hacia delante, los demás jinetes le siguieron como si fueran uno solo, sin duda ni vacilación. Thair apretó los dientes, su corazón le decía que ya era demasiado tarde.
Cambrias orgullo de dos mil habitantes, la ciudad de esbeltas torres, de fuentes cristalinas, de bibliotecas y santuarios. Donde se encontraba uno de los mercados más grandes del contiene donde se podía comprar cualquier cosa, desde joyas hasta magia.
Cambrias ciudad con quinientos años de antigüedad ya no existía. La había engullido la arena.
Thair se paró en medio de la desolación, no alcanzaba entender como podía haber desaparecido la ciudad, sus pies a penas lo podían mantener, sus ojos solo veían las puntas destrozadas que emergían como los restos de los un inmenso navío. La luz del ocaso teñía todo del color de la sangre, el sol rendía sus honores a la asesinada urbe.
“Debajo de mis botas yacen ahora los cuerpos de los habitantes de Cambrias. Sus almas nunca descansaran en paz”. Sus ojos se llenaron de ardientes lágrimas al pensar en las incontables vidas destruidas. Observó como muchos de sus endurecidos guerreros sollozaban sin disimulos.
- ¡Señor, señor aquí hay alguien aún vivo!- Berar lo llamaba con gritos.
Thair corrió con facilidad sobre arena hasta llegar a la posición de Berar, ambos se inclinaron sobre el cuerpo destrozado de un hombre, que a juzgar por su atuendo era uno de los soldados de la guarnición. Thair pasó sus brazos con delicadeza alrededor del cuerpo, el rostro prácticamente borrado por el azote de la arena se giro hacia él, las cuencas de sus ojos estaban vacías.
- Ya es tarde- su voz salió como un jadeo ahogado, como si sus pulmones estuvieran llenos de polvo- fue el viento, el viento.
Tosió violentamente, la sangre manó de su boca como una herida abierta. Thair lo único que podía hacer era sostener la mano de dedos rotos como su fuera el objeto más frágil que hubiera cogido nunca.
- Dijo que se llamaba Damocles- el último suspiro sonó en los oídos de Thair y de pronto aquel cuerpo fue un peso muerto entre sus brazos. Cerró los ojos con dolor.
- Señor, ¿Qué quiso decir con lo de Damocles?.
Thair meneo la cabeza, se levantó, su esbelto y musculoso cuerpo estaba tenso.
- No lo sé.- sus ojos siguieron el rastro de destrucción, aquel viento se dirigía la norte- pero lo pienso averiguar. Alguien está tocando a puertas que no deberían ser abiertas.
Se estremeció involuntariamente cuando sintió la brisa de la noche, la oscuridad empezó a devorar las ruinas de Cambrias.
Darcas se encorvó ante la mirada de su maestro, era una mirada envenenada y vacía, era una mirada ciega de desprecio. Aquellos dedos lo agarraron de los cabellos, con increíble fuerza.
- ¿Donde está Bevan?- silbó.
Darcas había llegado apenas con vida a la torre, cuando su maestro lo encontró gimoteando de dolor, con un ojo y una oreja menos lo había interrogado implacablemente.
No mostró ningún tipo de preocupación por las heridas de su discípulo, es más le parecía una lección mas que adecuada por su falta de capacidad, las mejores enseñazas son los que se recibían con el dolor. Le interesaba saber mas quién había sido capaz de mutilar así a Darcas.
- Con el elfo.
- ¿Elfo?- los labios se su maestro se apretaron- ahora entiendo de donde procedía aquel olor tan sutil que envolvía a Bevan. Descríbemelo.- ordenó secamente.
- Alto, de melena plateada y piel dorada.
- ¿Cuál era el color de sus ojos?
- Turquesas. Portaba una endemoniada espada- Darcas se sobresaltó al escuchar la risa de su maestro, era una fría y desprovista de humor, levantó ecos burlones en toda la Torre de La Mandrágora.
- Así que has conocido al príncipe Alianus y a su espada ,La Rosa.- Su boca embozo una sonrisa malvada- lo que me extraña es que te dejara con vida.
- Bevan lo detuvo- la confesión le supo como a hiel en la boca.
- Ahhhh.- su maestro se paso un dedo por la mejilla tatuada- que interesante, mucho. Así que vuelve a las andadas. Querido Darcas; dicen que el hombre es él único animal que tropieza dos veces en la misma piedra pero los elfos, que viven mucho más años, tropiezan más de dos.
Darcas le miró extrañado, no entendía la satisfacción de su maestro, como podía estar de tan buen humor si Bevan se ido con aquel bastardo de orejas puntiagudas. Los mataría a los dos.
- Maestro, ¿Cómo pudo desviar mi hechizo?.
- Su espada, es mágica. Forjada con magia salvaje, en su hoja danzan poderes muy antiguos. Además Alianus ya combatía contra hechiceros muchos, muchos años antes de que tu vinieras a este mundo. Tienes suerte de haber combatido con él y haber sobrevivido, hasta yo me lo pensaría mucho antes de desafiarle.
Darcas abrió la boca asombrado por la confesión de su maestro.
- Por cierto, quiero que te cambies de ropa- se giro despacio, caminó perdiéndose entre las sombras- esta noche espero visita.
Bevan se despertó, miró alrededor con curiosidad, se encontraba en una acogedora habitación cuyas paredes parecían estar hechas de cristal de roca. Su cuerpo desnudo estaba cubierto por una gruesa y sedosa manta. Unas voces llegaron hasta sus oídos, era unas voces que sonaban molestas, como abejas furiosas.
Una era la de Alianus.Se incorporó, puso los pies en extraño suelo, se envolvió con la manta y se acercó a la puerta entreabierta del dormitorio. Las hermosas voces estaban muy alteradas. Bevan espió por la rendija con cuidado.
- ¡Por las estrellas Alianus!, te has vuelto loco.- esto lo decía un elfo de cabellos dorados y ojos azules frente a él se encontraba sentado Alianus, que giraba entre sus dedos una plateada copa de vino trabajada intricadamente. Bevan se sorprendió al notar que aunque el otro elfo era indudablemente bello, Alianus lo era aún más, su belleza tenia una especie de aura salvaje.
- No me grites Tellus, no estoy sordo.- su voz era ligera pero imperativa.
- Entonces te has vuelto tonto.- Alianus gruñó- Por si no te has dado cuenta ahora mismo tu situación es muy delicada, Nimbus ha logrado infiltrarse en todo los estamentos de poder, tiene amistad con familias más influyentes de la nobleza y me consta que goza del favor de gran parte del Consejo de Ancianos. Te recuerdo que tu secesión precisa de la aprobación de esos viejos idiotas. Sólo necesita algo que te desacredite delante de todo el pueblo.
Tellus cogió aire, la preocupación contrajo sus delicados rasgos.- Y tú, tú…- su voz temblaba de rabia- vas y se lo pones en bandeja, trayendo a ese muchacho aquí. Estás a un paso de perderlo todo Alianus, recuerda que este tipo de relación con humanos sólo te trajo dolor en el pasado.
Alianus inclinó la cabeza, de forma que sus ojos quedaron en las sombras. Una extraña sonrisa se formo en sus labios.
- ¿Quién dice que es una relación?- Bevan sintió como todo su cuerpo se helaba, como su corazón se paraba- Es un capricho, una bagatela, algo bonito de lo que pronto me cansaré.
Un portazo resonó en la habitación, los rostros de Alianus y Tellus se giraron rápidamente para encontrase con los ojos grises de Bevan.
- ¿Es eso lo que soy para ti?- su voz sonaba como la de una persona herida de muerte- ¿un capricho? ¿una tontería que encontraste en el bosque?. No te preocupes Alianus te ahorraré la molestia de dejarme porque me marcho .No se te ha ocurrido pensar que puedo estar ena…..- en este punto la voz se le quebró.
Salió corriendo como una exhalación entre los dos elfos, estos se encontraban demasiado sorprendidos para reaccionar. Bevan abrió la puerta y huyo hacia la oscuridad. Alianus fue le primero en sobreponerse, salió siguiendo su estela.
Tellus se quedó clavado en su sitio, se sentía muy apenado por el dolor que parecía expresar Bevan en aquellos extraordinarios ojos, por un momento había sentido la tentación de abrazar aquel delicado cuerpo para consolarlo, pedirle perdón por lo que había ocasionado. Suspiró con cansancio.
- Eres un mal mentiroso Alianus, si no te importara ese chico no habrías arriesgado todo por traerlo aquí.
Bevan corrió con desesperación, pero la manta le resultaba pesada y sus pies descalzos parecían resbalar sobre aquellas pulidas piedras, bordeó el lago. Antes de localizar la salida de aquella luminiscente caverna unas fuertes manos lo atraparon por la cintura.
Bevan se resistió con fuerza pero su debilitado estado no ayudaba, la manta se resbaló dejando su cuerpo desnudo expuesto a la vista de Alianus, éste lo giro con una experta maniobra y lo apresó contra su pecho.
Bevan inclinó la cabeza mientras lagrimas de rabia surcaban sus mejillas, unos dedos lo tomaron por la barbilla, levantado su rostro con dulzura pero firmemente. Se inclinó y tomó los labios de Bevan, este intentó resistirse pero las lengua de Alianus lo subyugaba, lo confundía. Lentamente empezó a devolver el beso. Las manos de Alianus acariciaron su espalda.
Alianus se separó, sus ojos turquesas brillaban.
- Bevan, perdóname- su mano derecha acaricio la blanca mejilla, cogiendo las cristalinas lágrimas- yo….- Alianus guardó silencio como si le costara expresar lo que sentía- Tengo miedo.
Bevan lo miro sorprendido, sin entender como alguien tan poderoso como Alianus podía sentir miedo.
- Tengo miedo de lo que empiezo a sentir por ti- sus dedos repasaron los labios de Bevan- miedo por los dos. No nos conocemos, no sabemos nada uno del otro. Yo…..
Bevan puso un dedo en la boca de Alianus, pasó los brazos alrededor de su cuello, se puso de puntillas y lo besó apasionadamente. Alianus lo tomo levantándolo del suelo, las piernas de Bevan rodearon su cintura. Su beso los detuvo en el tiempo, en aquel momento, en aquel instante en que sus corazones latían en sus pechos al mismo compás. Ni siquiera la oscuridad los pudo tocar.
El maestro de la Torre de La Mandrágora se inclinó ante la oscura figura que se erguía ante él, el viento soplaba con una alegría feroz como si todos los espíritus etéreos aullaran como un coro de bienvenida infernal.
- Bienvenido Damocles.
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