Fanfics y otras Yerbas

Luna Escarlata, Fantasia/Aventura

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Kurai18
view post Posted on 8/5/2008, 22:29 by: Kurai18




INTRODUCCIÓN

Los lunatians eran demonios guerreros de enorme poder. Su aspecto era característico, teniendo el cabello era plateado como los rayos de luna y sus ojos eran amarillos como los de los enormes lobos infernales.

Esta singular raza de demonios había sido maldecida por Lucifer hacia ya varios milenios. La razón había sido causa de muchas murmuraciones y leyendas. La verdad era conocida por pocos.

El señor de las tinieblas se alimentaba de la esencia vital de las jóvenes más poderosas de cada raza de demonios. Como recompensa por ello las jóvenes en su siguiente reencarnación tendrían lo que desearan, en un principio eran cinco las razas elegidas para seleccionar a las jóvenes que tendrían tal honor: los vampiros, los kurohis: demonios que controlaban el fuego, los denkis: quienes controlaban la energía pura, las hechiceras y por supuesto los lunatians.

La última princesa lunatian, demasiado avariciosa y rebelde, rompió una de las reglas más importantes, se entregó a otro demonio antes que al mismo Lucifer. El señor de las tinieblas no perdonaría tal ofensa y estaba dispuesto a castigar a ambos infractores. Las leyes estaban hechas para obedecerlas y él se encargaría de hacer pagar a aquellos que osaran desafiar sus leyes. El castigo sería la eliminación de sus almas, pero los lunatians no estaban dispuestos a perder a su mejor elemento, ocultaron a la princesa. Sin embargo, Lucifer es el amo y señor del infierno para él no existen imposibles. Maldijo a aquella raza de guerreros, y todas las mujeres murieron, jóvenes, viejas, ninguna quedó con vida. Los hombres fueron desterrados hasta la parte más desolada del infierno, condenados a procrearse con humanas para poder preservar su raza.

Milenios más tarde, aquella raza maldita recibió el perdón del señor de la noche, con el nacimiento de la primera hembra lunatian desde hacia siglos. La maldición se rompió, entonces, aquellos supervivientes tuvieron un sólo propósito recobrar la grandeza de su raza, pues a pesar de haber sido perdonados por Lucifer, aún eran repudiados por el resto de los demonios que los seguían viendo como traidores.


CAPÍTULO I

Iseth era una joven lunatian de tan sólo mil setecientos años. Su largo cabello plateado caía por su espalda hasta sus caderas en mechones disparejos y ondulados. Su belleza era cautivadora, pero lo más destacable eran sus ojos, tan rojos como la sangre. Algo poco común en una lunatian de raza pura. Su carácter era alegre y rebelde, pese a que su padre era uno de los lunatians más antiguos y rigurosos de todos.

Pero no sólo era bella, también era poseedora de un gran don para domar a los dragones, algo que pocos demonios poseían. Pero aquel don no era suficiente para destacar en el infierno. Por el simple hecho de ser una lunatian tenía que esforzarse más que el resto para intentar sobresalir. Pero no solamente tenía que esforzarse por demostrarles a los demás demonios de lo que era capaz. Su propio padre no reconocía que ella pudiera ser algo más que una herramienta de procreación, un medio para seguir propagando su especie.

El cielo comenzaba a oscurecerse y la luna ya era visible. Iseth suspiró y de un gran salto bajó del enorme árbol en el que había pasado sentada las últimas dos horas. Su padre la había citado esa noche, pues tenía noticias que comunicarle. La joven lunatian ya tenía una idea de que era lo que su padre tenía que decirle, pero ella no cedería tan fácilmente.

Se irguió de forma orgullosa y avanzó hasta la gran mansión, no cedería. Con esa firme idea llegó hasta el despacho de su padre, tocó la puerta antes de entrar.

-Siéntate- ordenó el antiguo lunatian con la mirada fija en los documentos sobre su escritorio. Iseth observó a su padre que pese a los años aún se conservaba apuesto a pesar de su aspecto severo e intimidante. Apretó los puños con fuerza no se acobardaría. Tomó asiento en una de las elegantes sillas dispuestas frente al escritorio y guardó silencio, en espera de que su padre comenzara a hablar.

-Estoy seguro que sabes la razón por la que te cite hoy- afirmó mientras dejaba a un lado los papeles y posaba la mirada sobre su joven hija.

-Sí.

-Bien, eso nos ahorrara tiempo, tu unión se celebrara a cabo en un mes, él es un joven lunatian digno de ser tu compañero, así que no tienes que preocuparte- anunció sin miramientos y volvió a tomar los papeles examinándolos con cuidado.- ahora que estás oficialmente enterada puedes retirarte- hizo una seña con la mano sin siquiera mirarla.

-Me niego a unirme con alguien que ni siquiera conozco.- habló con voz firme mientras se ponía de pie.

-¡Tú harás lo que yo ordene!- rugió su padre mientras se ponía de pie y daba un fuerte golpe al escritorio partiéndolo por la mitad. Iseth no dio señal alguna de haberse alterado.

-¡No!- contestó con firmeza enfrentando la intimidante mirada de su padre, ambos eran orgullosos y ninguno estaba dispuesto a ceder.

-Te he permitido posponer esto durante demasiado tiempo, es tu obligación y no puedes negarte a cumplirla.- dijo el antiguo lunatian intentando recuperar el control. Sabía que si Iseth no cooperaba sería difícil obligarla, después de todo era su hija y su temperamento era muy parecido.

-¡No puedes forzarme a hacer tal cosa!- sus ojos destellaron por la furia contenida, a su parecer obligar a las jóvenes lunatians a unirse únicamente a otro lunatian con el único fin de procrear más demonios de raza pura era una idea estúpida. Había visto a más de una lunatian forzada a mantenerse en casa cuidado a los hijos y procreando cada que le fuera posible. Ella no sufriría aquel destino, ella no estaba dispuesta a subyugarse ante nadie, y si bien algún día tendría hijos, sería por que ella lo quisiera no por que los antiguos lunatians la obligaran.

-¡Es tu deber como lunatian!- el antiguo demonio se acercó amenazante hasta su hija, quien se irguió orgullosa y lo enfrentó.

-¡Quiero ser yo quien elija a mi compañero, me niego a someterme a un petulante demonio que cree que me hará un favor al unirse conmigo!- a pesar que el aspecto de su padre era aterrador, se obligó a si misma a mantenerse en la misma posición sin retroceder ni un centímetro.

-¿Eso es lo que quieres, elegir tu misma?, pues bien, tienes hasta el día de tu unión para presentar a tu elegido, y tendrá que demostrar que es mejor que aquel a quien yo escogí. No cederé más que eso. De aquí a un mes tú estarás unida a un lunatian lo quieras o no. Recuerda que si te niegas serás juzgada como una traidora a tu raza y por lo tanto descastada. Ahora largo, tu presencia me disgusta.- el lunatian, le dio la espalda a su hija, quien salió del lugar corriendo.

No pensó que sería tan fácil hacer ceder a su padre, claro que lo que ella no sabía era que el antiguo lunatian dudaba que encontrara a un mejor candidato que su elegido. Pero ella no era tonta, tenía en mente un candidato inigualable para presentarlo ante su padre. Lo difícil ahora sería convencerlo.

Azazel era un apuesto lunatian, era bastante alto para la media de su raza. Su cabello le llegaba hasta los hombros y normalmente lo llevaba atado en la nuca. Sus ojos amarillos resplandecían de tal forma que una sola mirada podía intimidar a cualquiera que no estuviese familiarizado con él.

Había sido aceptado en la mansión de Belfegor, el duque de la ira desde temprana edad. Lo que pocos demonios lograban, pues para formar parte de los guerreros del duque de la ira se necesitaba ser bastante destacado en todos los aspectos, y ciertamente Azazel era un demonio poderoso e intimidante a pesar de su juventud pues tan sólo tenía dos mil años.

Azazel logró destacar bastante a pesar de ser un lunatian, y los antiguos le habían ofrecido incontables veces a bellas jóvenes para que se uniera a ellas. Él las rechazaba, no deseaba tener una compañera, y lo había dejado claro. Así que después de un tiempo los antiguos habían dejado de presionarlo, después de todo lo que abundaban eran varones lunatians y a ellos se les permitía elegir si deseaban o no una compañera, a diferencia de las mujeres a las que se les obligaba a tomar un compañero a determinada edad.

Después de una ausencia de casi dos siglos por fin se le había permitido volver a su hogar. No es que alguien lo estuviera esperando, pues había quedado huérfano a temprana edad y había sobrevivido por sus propios medios.

Llegó hasta su casa que alzaba en lo alto de una colina, un espeso bosque la rodeaba, se detuvo frente a la entrada principal y posó su mano sobre la pesada puerta con intenciones de romper el hechizo protector. Sus ojos se entrecerraron al notar que el sello había sido roto. Entró sigilosamente con su espada ya desenfundada. Una silueta atravesó la estancia, pero Azazel fue rápido y posó su filosa espada en el cuello del intruso.

-Hola Azzy, también me alegra volver a verte- dijo una alegre voz, al reconocerla el joven demonio bajó su espada y la volvió a enfundar, su mirada se oscureció.

-¿No te enseñó tu padre, modales?- su voz sonaba cortante y fría. Se dirigió hasta una de las paredes y encendió las luces, se cruzó de brazos. Su mirada se veía oscura y siniestra delatando sus deseos de arrancarle la cabeza al intruso.

-Tú eres testigo de que lo intentó.

-¿Qué haces aquí, y por que maldita sea sigues llamándome con ese estúpido nombre?- su voz retumbó en las paredes del lugar.

-¿Es así como me recibes después de tanto tiempo sin vernos?- la voz del intruso se tornó afligida.

-No intentes esos trucos conmigo, te conozco demasiado bien Iseth, ahora explícame que demonios haces aquí y como diablos rompiste mi sello.

-No deberías de ser tan rudo conmigo- se quejó la joven demonio mientras se acercaba a él con una picara sonrisa en sus labios. Cuando estuvo frente al joven lunatian se paró de puntitas y le dio un suave beso, para luego colgarse de su cuello.

-¿Nunca cambiaras?- preguntó él, aunque ya sabia la respuesta. Se conocían desde niños, él siempre fue callado y serio con un gran temperamento explosivo lo que ahuyentaba a los otros niños. Ella en cambio era alegre y espontánea, por alguna razón ella había decidió que Azazel seria su amigo, y lo acosó día y noche sin descansó. Él intento ahuyentarla, la insultó, la amenazó, pero nada dio resultado. Con el paso de los años se dio por vencido, ella se convirtió en su mejor amiga y su amante ocasional.

-Por lo menos deberías decirme lo mucho que me extrañaste.- sonrió mientras besaba su cuello, Azazel parecía no inmutarse.

-En realidad, disfrute el no tener que oírte revolotear a mi alrededor.- su tono seguía siendo frió, pero Iseth lo conocía demasiado bien. Él se portaba así con todos, jamás demostraba una pizca de sentimientos, excepto cuando compartían la cama, ahí se demostraba tan ardiente y apasionado que era difícil de creer.

-Mentira, yo sé que me extrañaste, aunque lo niegues.- Iseth no perdía su sonrisa, lo volvió a besar en los labios, esta vez el beso fue ardiente y lleno de deseo. Azazel lo respondió, mientras la sujetaba con fuerza por la cintura y la atraía hacia si.

-Tal vez, te eche un poco de menos.- aceptó por fin mientras una mueca parecida a una sonrisa se dibujaba en sus labios.

-¿Azzy aceptarías ser mi compañero?- lanzó la propuesta mientras lo veía fijamente a los ojos.

-¿Acaso has perdido la razón?- sus ojos destellaron y la apartó de un empujón, ella perdió su sonrisa y se cruzó de brazos.

-¡No tendrías que ser tan grosero!- se quejó.

-¡Sal de aquí ahora mismo!- rugió mientras perforaba a Iseth con la mirada.

-Podrás asustar a los demás con esa mirada, pero no a mí.- sentenció y entrecerró los ojos.

-¡Largo!- Azazel había perdido la paciencia y sujetó con fuerza a Iseth del brazo arrastrándola hacia la salida.

-Azzy por favor... déjame explicarte- su voz sonó entrecortada, él se detuvo de inmediato y la soltó sabía muy bien cuando mentía y usaba ese tono para engañar a los demás. Pero esta vez era enserio, entrecerró los ojos y la observó fijamente.

-Habla- su voz volvió a adquirir ese matiz frió que lo caracterizaba, ella bajó la mirada, y comenzó a contarle todo.

-¿Cuánto tiempo te queda?- preguntó directamente, la joven bajó la mirada, se había sentado en la pequeña estancia.

-Llegará en dos días- fue su respuesta y su mirada se volvió suplicante.- Eres mi única salida.

-¿Por qué creíste que yo estaría de acuerdo?

-¡Puedes tener todo lo que un demonio desearía!, una gran fortuna te será dada por mi padre; tendrás una hermosa compañera que podrá darte unos hijos poderosos; te puedo ofrecer los mejores ejemplares de dragones que jamás hubieses imaginado poseer.

-No necesito una gran fortuna. Yo no quiero una hermosa compañera, una amante es todo lo que necesito y de ti ya he tenido todo lo que puedo pedir, no deseo hijos y definitivamente puedo conseguir mis propios dragones.

-Deberías ser un buen demonio y tener algo de avaricia, además jamás encontraras una demonio que sea tan buena amante como yo y...

-No lo haré, bajo ninguna circunstancia, así me ofrecieras tu alma.- la interrumpió y su expresión no daba pie a más argumentos, aún así ella no se dio por vencida. Discutieron la noche entera hasta que él fastidiado la echó de su casa a la fuerza. Ella volvió a su propia casa con el ánimo abatido, si tan sólo tuviera más tiempo, estaba segura de poder convencerlo.

El funesto día había llegado, Iseth se encontraba en su recamara, lucía un ajustado vestido rojo que resaltaba su figura y sus ojos. Su expresión se veía abatida, no había podido volver a ver a Azazel y su padre no cedió antes sus insistencias de posponer más el encuentro. Había sido llamada hacia ya un par de minutos. Abajo la esperaba su futuro compañero, y eso la dejó desolada, por un momento había pensado huir sin importarle el ser descastada. Pero ya era difícil vivir como una lunatian, vivir como una lunatian descastada sería un tormento peor que tener un compañero. Además pese a que su padre era bastante distante, no se atrevía a dejarlo en tal ridículo, sería deshonroso que la hija de un antiguo lunatian fuera descastada.

Aspiró profundamente y se puso de pie, lo había intentado, el infierno era testigo que había intentado escapar de su destino. Salió de su habitación y bajó las largas escaleras que la llevarían hasta su futuro compañero.

Cuando llegó al pie de la escalera sus ojos se abrieron sorprendidos, frente a ella se encontraba Azazel ataviado con un elegante traje negro, que se ajustaba con perfección a su esbelto cuerpo, su cabello estaba recogido en la nuca, su padre estaba a su lado. Una sonrisa se fue dibujando en su rostro mientras sus ojos se humedecían lentamente, aún no podía creerlo.

-Me has sorprendido Iseth, debo admitir que nunca imagine que encontrarías un compañero tan adecuado.- comentó su padre mientras, la joven lunatian se abalanzó sobre Azazel y lo abrazó con fuerza.

-Gracias...- murmuró.

-Lo hice sólo por los dragones.- susurró él.

-Debido al cambió de planes, pospondremos la unión dentro de una semana, para dar tiempo a los preparativos.- anunció el antiguo demonio, con una sonrisa de satisfacción en su rostro, Azazel había sido el demonio más solicitado para unirse con las jóvenes más prometedoras, y nunca se habría imaginado que sería su hija quien terminaría siendo su compañera.- los dejare solos, tengo asuntos que atender.- y comenzó a alejarse de la pareja rumbo a su despacho.

-No sabes lo mucho que significa esto para mí.- Iseth seguía aferrada al cuello del joven lunatian.

-No des espectáculos, nos están viendo.- la reprendió, notaba como la servidumbre los observaba con discreción, a él no le gustaban las muestras de afecto en público.

-Sólo por esta vez.- dijo separándose de él, tomándolo de la mano y arrastrándolo escaleras arriba.

Llegaron a las habitaciones de la joven, él se sentó en un cómodo sillón, su expresión era neutra mientras repasaba cada detalle del lugar.

-Quítate eso, es molesto.- observó fijamente el ajustado vestido de la demonio.

-¿Lo dices enserio?- preguntó asombrada, mientras en sus labios se dibujaba una picara sonrisa.

-No tengo tiempo de juegos Iseth, ese vestido te lo dio él.

-Sí, en efecto, ¿estás celoso?- preguntó alzando una nívea ceja con incredulidad.

-No digas tonterías, y haz lo que te digo, me encargare de que tengas algo apropiado para el día de la unión.

-¡Uff!, no vayas a comenzar a repartir ordenes.- entrecerró los ojos, con fingido enojo, aunque ciertamente no encontraba la razón para la actitud del demonio.

-Sólo las necesarias, no tengo tiempo para tus juegos, tengo que regresar a la mansión de la ira en dos semanas y necesito dejar todo listo aquí antes de marcharme.

-Te estás tomando muy enserio esto de ser un compañero.

-Hasta que no me des los dragones prometidos, obedecerás como si fueras una compañera sumisa y bien portada.- sentenció.

-A veces eres tan odioso.- siseó mientras se deshacía del vestido con lentitud, dejando que la roja tela se deslizara por su pálida piel. No podía objetar nada, un trato era un trato y él había cumplido su palabra.

Azazel, parecía demasiado ocupado investigando la habitación para ponerle atención a Iseth. Eso sólo la provocó más, lanzando un bufido se dirigió hasta el armario sacando un par de prendas, paseándose prácticamente desnuda frente al demonio que parecía no notarla.

-Después de la ceremonia tendrás que mudarte.- anunció sin más.

-¿Por qué?

-Porque te lo estoy diciendo.

-Aún podría cambiar de opinión y buscar al prospecto que ofreció mi padre.- murmuró mientras se ataviaba con un conjunto de piel de dragón negro, que se ajustaba con perfecciona su figura.

-Dudo que esté en condiciones de tener una compañera en estos momentos.- se levantó del asiento y caminó por la habitación.

-¿Qué le hiciste?- preguntó curiosa.

-Tuvimos un pequeño encuentro, no creerás que renunciaría a ti sin intentar oponerse, ¿o sí?

-¿Luchaste con él, por mí?- preguntó incrédula, no imaginaba a Azazel perdiendo el tiempo con algo así.

-Por los dragones, no malinterpretes.

-Sí, sí, los malditos dragones.- murmuró.

-Creo que me darás demasiados problemas.

-Ni te imaginas.- amenazó, mientras se acercaba a él.

-Jugaremos más tarde.- murmuró al sentir las manos de Iseth deslizándose por su pecho.- necesito que recojas tus cosas, te instalaras en mi casa está noche.- ordenó autoritario.

-No uses ese tono conmigo.- dijo apartándose de él.- además recuerdo que dijiste que lo haría hasta el día después de la ceremonia.

-Cambie de opinión, prepara tus cosas, enviare por ti. Ahora me marcho, tengo demasiados asuntos pendientes.

-Odio que asumas la actitud de dueño y señor del infierno.- dijo indignada, no terminaba de comprender la actitud del demonio.

-Tendrás tu recompensa.- murmuró en tono seductor, aquel que sólo Iseth tenía el privilegio de escuchar, la atrajo hacia él y la beso con pasión. Sujetando con firmeza su cintura, el beso se cortó de pronto, él se alejó y comenzó a caminar hasta la salida, dejando a Iseth con una mezcla de sentimientos.

-Cuando haces eso, puedo olvidarme de todas tus estupideces.- murmuró con una sonrisa mientras lo veía marchar.

Se había instalado en su casa, sólo para permanecer sola y aburrida, casi tanto como en casa de su padre. Azazel pasaba la mayor parte del día fuera arreglando asuntos secretos que se negaba a discutir con ella. Aunque ciertamente él no solía charlar con ella demasiado, a menos que lo hostigara y eso era un arma de doble filo.

Los días pasaron demasiado lentos para ella y demasiado rápidos para él, que parecía cada vez más irritable. Le quedaba poco tiempo y no estaba seguro de dejar todo en orden antes de volver a la mansión de la ira.

El gran día llegó, Iseth esperaba en la habitación a que trajeran las nuevas ropas que habría de vestir. No parecía ni por asomo un poco emocionada, por la puerta aparecieron un par de demonios jóvenes, cargando con varias cajas, la lunatian las observó.

Pronto estaban desenvolviendo cada cosa, vistieron a Iseth pese a sus protestas de que ella podía hacerlo por su cuenta. Cuando lo notó tenía puesto un vestido negro, ajustado a su figura, se ataba al cuello, dejando su espalda descubierta. Tenía un fino bordado en rojo escarlata que hacia resaltar sus ojos, mientras el negro de la tela contrastaba a la perfección con su cabello.

Le hicieron un complicado peinado, acomodando cada hebra de cabello en su lugar, adornándolo con diminutos rubíes. En el cuello el colocaron un collar de oro hermosamente trabajado con incrustaciones de rubíes, brazaletes a juego y un par de pendientes. Todo era exquisito y del total agrado de Iseth, quien a esas alturas ya estaba sorprendida.

Finalmente le colocaron un velo negro, la lunatian sonreía detrás de la fina tela, fue conducida al lugar de la ceremonia. Quedó aún más sorprendida al ver a Azazel esperando por ella en un mar de demonios. Al parecer toda la comunidad lunatian se había reunido a presenciar la unión, Iseth sabía como el demonio odiaba las multitudes y ser el centro de atención, sonrió ante la idea del enorme esfuerzo que estaba haciendo.

Sonrió más cuando lo observó con atención, llevaba el cabello corto, le caían unos cuando flecos por la cara. En su oreja derecha llevaba un pendiente, iba ataviado con un traje negro, sin adornos, se veía especialmente apuesto.

El día era especial, pues la luna llena estaba teñida de escarlata, una buena señal, ambos lunatians quedaron de frente. Ella parecía pequeña y frágil en comparación a Azazel con su cuerpo alto y atlético. La ceremonia que uniría sus vidas dio inicio.

Azazel se adelantó un paso acercándose más a Iseth, y sujetó una de sus manos, sus ojos no denotaban sentimientos y su rostro era una máscara imperturbable.

-Que la oscura noche sea testigo silenciosa de esta unión, que la sangrienta luz de la luna presencie el eterno juramento en el cual te ofrezco mi vida.

Ella alzó el rostro altiva, fijando su mirada en las pupilas amarillas. El lunatian tomó una daga ceremonial y se hizo un corte en la muñeca, dejando que el rojo elixir se vertiera en una copa.

-Mi existencia estará por siempre unida a ti, mi compañera, con esta sangre entrego mi destino a tu protección. Juro que mis huesos alimentaran las raíces muertas antes que permita que seas dañada.

La joven lunatian tomó la daga aún manchada de sangre y se hizo un corte igual, dejando también que el líquido rojo manara libre hasta la copa, mezclando ambas sangres. Cuando la copa estuvo llena, ambos vendaron las heridas.

-Que la oscura noche presencie esta unión, que el brillo rojo de la luna sea testigo del juramento eterno que me ofreces, tú, mi compañero, a tu cuidado entrego mi existencia, que tu alma se condene a la extinción si osaras romper esta sagrada unión.- él tomó la copa y ella bebió la mitad del rojo elixir, él termino de vaciar el cáliz. Todo el ritual se llevó a cabo con ambos mirándose fijamente a los ojos.

Con aquello ambos sellaron su destino, uniendo sus vidas hasta el día de su muerte, un juramento de sangre sagrado e inquebrantable. Fue entonces que Iseth sonrió, mientras Azazel permanecía imperturbable.

Lentamente él apartó el fino velo de su rostro y la tomó en brazos, dándole un suave beso, terminando de sellar la promesa. Ella le rodeó con ambos brazos, el beso fue corto, y sin mucha emoción. Pese a que ella seguía mostrando una sonrisa resplandeciente, él permanecía indiferente.

Los festejos comenzaron, las felicitaciones a la pareja, los comentarios con doble sentido, los deseos de fracaso, las hipocresías, los regalos costosos y las apariencias fingidas. Todo lo que había en un evento como ese en el infierno, Iseth parecía disfrutar de todo aquello a diferencia de su compañero, que cada que lo observaba parecía que su ceño se oscurecía más.

Finalmente la pareja se retiró, ella parecía haber bebido de más pues a penas y se lograba mantener en pie. Él la había trasladado hasta la modesta casa, con un gesto de desesperación y hastió dibujado en el cincelado rostro.

La subió en brazos hasta la habitación, dejándola sin mucho cuidado en medio de la enorme cama recubierta con sabanas de suave seda roja.

-Deja de fingir.- su voz sonaba fría, mientras le daba la espalda y comenzaba a deshacerse de las ropas que tanto le habían desesperado, sentía el aroma de cientos de demonios impregnado en su piel, odiaba las multitudes.

-Eres un aburrido.- se quejó mientras se estiraba con movimientos felinos, el cabello plateado contrastaba con las rojas sabanas, haciendo resaltar los dos rubíes que poseía por ojos.

-Me agradabas más cuando fingías no estar conciente.

-Fingiré no haberte escuchado.- se giró y le dio la espalda, él ignoró el gesto, siguió deshaciéndose de las prendas, y se metió al cuarto de baño.

El lugar era elegante, el piso lustroso con azulejos negros, la bañera incrustada en el suelo era enorme, asemejando a una pequeña piscina, Azazel preparó el agua y añadió sales aromáticas. Ansiaba quitarse el aroma de todos esos demonios desconocidos. Terminó de quitarse la ropa, y bajó los escalones hasta adentrarse en la profunda bañera, echó la cabeza hacia atrás y se hundió en el agua caliente, emergiendo instantes después.

Pequeñas gotas pendían de los mechones de cabello, comenzó a lavar el fibroso cuerpo hasta hacer desaparecer el molesto aroma ajeno. Se dejó aliviar por el líquido caliente, dejando que sus músculos tensos comenzaran a relajarse, recargando la cabeza en el borde de la bañera, cerrando los ojos y olvidando por un momento todos los asuntos pendientes que aún tenía que resolver.

Iseth se levantó con el ceño fruncido, comenzó una terrible lucha contra su cabello, intentando deshacer aquel complicado peinado, dejando caer los pequeños rubíes con descuido. Lanzando un par de maldiciones cada vez que tenía que jalar con fuerza las suaves hebras para hacerlas ceder.
Cuando finalmente se vio libre del intricado peinado, comenzó a deshacerse de la joyería, dejándola con descuido en la mesa al lado de la cama. El fino vestido quedó tirado en el suelo acompañado de la delicada ropa interior.

Así, desnuda anduvo hasta el cuarto de baño, el largo cabello tapaba parcialmente la blanca piel, se detuvo un momento a contemplar a su compañero. El cabello corto goteaba, los ojos cerrados y el semblante tranquilo, era una visión deslumbrante. Una suave sonrisa se dibujó en los rojos labios, continuó su caminó y se adentró en la bañera, dejando que el agua tibia rodeara su cuerpo.
Adentrándose con lentitud, dejando que el largo cabello plateado flotara, dándole un aspecto etéreo.

-Llevas mucho tiempo metido aquí.

-Fingiré que sigues en la habitación y te has dormido al fin.- contestó sin abrir los ojos.

-Finge si quieres.- se acercó hasta él rozando su delicado cuerpo con el suyo, comenzó a lavar el largo cabello, disfrutando del agua caliente, tan relajante después de un día tan largo.

Se hundió por completo en el agua, asomando sólo la cabeza lo suficiente para mantener los ojos fuera del agua, joyas resplandecientes que observaban a Azazel como una fiera a su presa. Se acercó hasta él, nadando con lentitud, rodeó su cuello con ambos brazos y reposó la cabeza en su hombro.

Él abrió los ojos y la observó, tan pequeña y frágil. Una pantalla para engañar a los desconocidos, pues Iseth poseía un gran poder y podía llegar a ser letal. Aún se preguntaba como había permitido que esa insolente niña atravesara todas las barreras que había interpuesto entre él y el resto del infierno. A su mente vinieron recuerdos de la infancia, con la niña insolente acosándolo, pese a los malos tratos y las amenazas. Un día simplemente terminó colgada de su cuello y no quiso separarse de nuevo. Era ruidosa y molesta, y aún así la seguía soportando, y ahora tenían un compromiso, un pacto de sangre que ataba sus vidas.

Sujetó un mechón flotante de cabello entre sus largos dedos, rayos de luna que reflejaban la luz, una niña con apariencia de mujer, pero una niña al fin, seguía preguntándose como había terminado metido en esa situación.

-Deja de pensar, te dolerá la cabeza.- murmuró con la vista fija en él, las suaves manos se deslizaron por el apuesto rostro, delineando cada contorno con suaves caricias. Él sujetó ambas manos y la acercó. Se apoderó de sus labios, un beso salvaje y pasional, sus manos se deslizaron por la delicada figura, rozando las yemas de los dedos con la tersa piel.

Ella correspondió las caricias, explorando cada rincón del fibroso cuerpo, los besos se volvían más profundos, cargados de deseo y excitación. Él la tomó en brazos, incorporándose con lentitud, dejando a la vista el lustroso y bien formado cuerpo, ella se aferró a él, hundiendo el rostro en el hueco del cuello, aspirando aquel delicioso aroma que se desprendía de su piel.

La llevó hasta la enorme cama, dejándola con delicadeza, una sonrisa picaresca se dibujó en los rojos labios de la joven, mientras él se colocaba sobre ella. Ambos cuerpos cubiertos de pequeñas gotas de agua reflejaban la luz de la habitación.

Manos hábiles, delineando las definidas formas, besos descontrolados cargados de pasión, ella mordía su labio inferior en un gesto por de más provocador. Él sonreía misteriosamente, repartiendo besos en la pálida piel de ella, mordisqueando ocasionalmente, deteniéndose en los lugares precisos y llevándola al borde de la locura.

Ella se abrazaba a él, mordía su hombro en señal de desesperación, sus uñas rasgaban la firme piel, dejando largos surcos escarlatas. Él la hacía sufrir prolongando las caricias, negándole aquello que ella ansiaba, las largas piernas se enredaron en su cintura, pidiendo su atención.

Él sonreía ante su desesperación, se tomó su tiempo siguiendo con la ronda de besos y mordiscos, prestando especial atención a los turgentes y blancos pechos, la tortura finalmente acabó cuando él se deslizó en su interior.

Pronto se vieron hundidos en un vaivén de caderas, gemidos entrecortados, frases incompletas, ambos entregados por completo al deseo, ella arqueaba la espalda victima del placer, ambos cuerpos se estremecían perdidos en un remolino de pasión.

Un rítmico movimiento de cuerpos, ella alcanzó la cima un segundo antes que él, sintiendo su calidez invadiendo su interior. Aquello fue sólo el comienzo de una desenfrenada noche, un intercambio interminable de caricias y besos.
 
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