Fanfics y otras Yerbas

Luna Escarlata, Fantasia/Aventura

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Kurai18
view post Posted on 7/10/2008, 16:23 by: Kurai18




CAPÍTULO IV

Iseth despertó malhumorada. Se estiró sin despegarse del colchón. Su olfato identificó el aroma de un demonio desconocido. Se giró bruscamente, y de pronto vagos recuerdos de la noche anterior acudieron a ella. La cama contigua estaba desocupada, pero la esencia de la demonio seguía impregnada en todas partes.

No tenía tiempo de pensar en ella. Se levantó de la cama e inspeccionó el lugar. La habitación media alrededor de tres por cuatro metros. A cada costado, pegadas junto a la pared estaban las dos camas individuales, en medio una mesa de noche para cada lado. Al frente estaban unas cajoneras, y en medio se encontraba la puerta. Las paredes eran de un gris oscuro y el suelo de piedra negra.

La joven sacó la lengua en un gesto de asco. Aquel lugar le recordaba a la habitación de Azazel. Tampoco había esperado una suite, pero esto era deprimente. Era una lástima que no contara con más tiempo. De su maleta sacó un par de prendas y salió del lugar, dedicándole una mirada desdeñosa.

La lunatian vagó por la mansión, debería haber pedido un mapa, le tomó demasiado tiempo encontrar los baños. El ala donde ella estaba signada, tenía baños comunitarios. Una larga habitación con azulejos verdosos. Regaderas esparcidas a lo largo. En la entrada había una sección llena de casilleros numerados.

Iseth se deshizo de las prendas destrozadas. Y Desnuda avanzó hasta las regaderas. El agua estaba helada, eso la terminó de despertar. Dejó que el frío líquido lavara toda la suciedad acumulada. Restregó su cabello y con sumo cuidado lavó la herida en la pierna, que parecía sanar adecuadamente.

Terminó vistiendo en par de pantalones negros holgados, para mantener oculto el vendaje sin lastimarse. Un top ajustado del mismo color terminaba el conjunto. El collar obsequiado por Azazel quedaba a la vista, colgando entre sus pechos. Dejó el largo cabello suelto para que terminara de secarse. Buscó el número de casillero asignado y metió algunas cosas dentro.

Salió del lugar bostezando, apenas había dormido un par de horas. No eran suficientes para ella, estaba acostumbrada a dormir bastante y a comer en forma. Debía admitirlo su vida hasta ahora había sido demasiado consentida. Las libertades otorgadas no eran suficientes para prepararla para lo que tenía que vivir ahora. Pero no estaba asustada, se sentía capaz de superar cualquier cosa.

En el camino, tomó un par de almas encapsuladas. Aquello era el principal alimento de los demonios. Las almas humanas corrompidas por el pecado, eran tratadas y convertidas en capsulas para una asimilación más fácil, ya que era casi imposible para un demonio consumir un alma en su estado natural.

Avanzó a través de la mansión, ignorando los comentarios que se alzaban en torno a ella. Comenzaba a ponerse de mal humor, las almas ingeridas regeneraban sus energías, pero aún así anhelaba una buena comida.

Estaba citada en uno de los patios alrededor de la mansión, donde supuestamente la esperaría un demonio para darle indicaciones. No esperaba demasiado, no luego de la ajetreada noche anterior. Llegó al lugar por puro instinto, aquello era demasiado grande, y pedir indicaciones no era aceptable, y aunque lo hubiese hecho, dudaba recibir respuesta.

Su olfato la alertó en el momento en que entró en un territorio dominado por una manada de lobos. Comenzó a avanzar con cuidado, no quería parecer hostil y convertirse en blanco de los ataques de las fieras.

-Llegas a tiempo.- se escuchó una voz a su costado. Iseth se sorprendió de no haber notado antes su presencia.

-Tú debes ser Addu.- lo observó por un momento, era un demonio alto, de cabello negro corto y ojos tan oscuros como la noche.

-Así es y estarás bajo mi supervisión, comete cualquier fallo y no dudare en reportarlo al duque.- su mirada era fría pero aún así podía leer el desprecio en sus oscuros ojos.

Iseth no dijo nada, se limitó a asentir. Estaría bajo supervisión de ese engreído denki, aunque tenía que admitirlo, era bastante bueno ocultándose entre el aroma de los lobos para pasar desapercibido a su olfato.

Caminaron en silencio, siendo observados por los lobos. La joven pudo apreciar docenas de afiladas dentaduras. Llegaron hasta las cuevas donde las bestias descansaban. Se detuvieron en la entrada.

-Limpiar es tu única tarea, cuando termines puedes marcharte.- ordenó antes de dar media vuelta y comenzar a avanzar.

La mandíbula de la joven casi llegó al suelo. Se quedó como una tonta observando al demonio marcharse. Largos minutos pasaron antes de que digiriera la noticia. Giró la cabeza y recargados en una roca cercana estaba los utensilios de limpieza. Los lobos la miraban divertidos, burlándose de su desgracia. Malditos animalejos, no tenían piedad ni por sus semejantes, y en cambio caían rendidos a los pies de ese estúpido denki.

Decidió mantener sus opiniones sólo para ella, era bastante obvio que toda aquella manada le era fiel a ese engreído denki.

Tomó los utensilios de limpieza con desgana y se adentró a la enorme cueva. Al fondo unos brillantes ojos amarillos la observaban. Una fila de puntiagudos dientes destelló en la oscuridad, rompiendo el silencio con un fuerte gruñido.

-¡No me agrada más que a ti!- se quejó la lunatian. Los brillantes ojos rojos entrecerrados. Levantó el labio superior enseñando los dientes y soltando un gruñido, idéntico al de la bestia.- yo también se gruñir, no me vengas con tonterías.

Esos lobos estaban bastante domesticados, y era seguro que sabían su situación. Y por todo el infierno si ellos osaban atacarla… su mente divagó un momento. Resopló vencida, pues si las bestias la atacaban, nada podía hacer.

Arrugó la nariz, el olor a carne podrida y excremento lastimaba su olfato. Casi podía asegurar que aquella mugrienta cueva había sido ensuciada a propósito. ¡Los lobos no necesitan que les limpien las cuevas!, quiso gritar pero se controló. Desde luego el duque estaba divirtiéndose con ella de nueva cuenta. No iba a darle el gusto de renunciar, así la obligar a seguir con esa desagradable tarea.

Mientras recogía restos de esqueletos de las presas muertas, una fugaz sonrisa cruzó sus labios.

-Si mi padre me viera ahora.- imaginó los gritos que daría al ver a su descendiente envuelta en aquella degradante tarea.

De pronto dejó caer los huesos. Sus ojos se abrieron asustados. Ahogó una exclamación. ¡Por Lucifer!, su padre la mataría cuando supiera donde estaba. Había olvidado por completo a su progenitor, a los líderes lunatians y a toda esa estúpida sarta de absurdas reglas. Pero al pensar en Azazel realmente se aterró. No era en ella en quien caería la culpa, sería en él.

Salió corriendo de la cueva, olvidándose de las órdenes, de todo. Corrió un par de minutos hasta que una voz interior le ordenó detenerse. Se quedó paralizada, en medio del lugar, con la mirada perdida en la nada.

-Azazel…- murmuró. Si salía corriendo de la mansión entonces todos los esfuerzos de su compañero serían en vano.

Estiró una mano y creó un cuervo. Escribió una nota usando su sangre. Observó a la oscura ave partir en busca del lunatian, y deseo que volara más a prisa.

Intentando deshacerse de todos esos malos pensamientos, regresó sobre sus pasos. Tenía que terminar con sus tareas, antes de dejarse llevar presa del pánico. Todo estaría bien, Azazel nunca se metería en algo que no pudiera controlar, confiaba en ello. Quería hacerlo, pero no era fácil, un solo lunatian contra los líderes de la raza.

Asmodeo observaba todo a través de los ojos de los lobos. Casi había gritado victorioso cuando la vio correr, y sin embargo la lunatian había logrado controlarse y regresar sobre sus pasos. Leyó sus pensamientos y se enteró de aquello que la atormentaba. Una sonrisa cruzó sus labios, rompió el contacto con los lobos. Era hora de visitar al duque de la ira.

Un enorme lobo plateado corría a toda velocidad en medio del desierto. Un cuervo negro se le aproximó, provocando que el lobo se detuviera. El animal se estiró haciendo crujir sus huesos, el pelaje abandonó su cuerpo. Los huesos se deformaron.

Azazel yacía desnudo en medio del desierto, sosteniendo a un cuervo en una de sus manos. Leyó la nota, y reconoció el aroma de la sangre de Iseth, mezclado con miedo y preocupación. Niña tonta, se preocupaba por él, como si no estuviese al tanto de lo que era capaz. Meterla en la mansión había sido su idea, y él no hacía nada sin pensarlo detenidamente. Ya sabía las represalias que eso acarrearía, y no le importaba enfrentarlas. Sin embargo tal vez se había apresurado, tenía que ponerla al tanto de las últimas consecuencias, por que ella se vería afectada también.

Escribió una rápida nota, usando al igual que ella, su propia sangre. Observó al ave volar en busca de su compañera. Y se quedó aguardando la respuesta. Así desnudo, con la tenue luz del sol infernal tocando su piel. El desierto era demasiado caluroso, una capa de sudor perlaba su epidermis. Había decidido hacer el viaje por cuenta propia, así tendría tiempo de repasar lo que diría ante los lideres lunatians. Ahora la idea de andar desnudo en medio del caluroso desierto, no parecía atractiva.

Iseth se sobresaltó al escuchar el aleteó del cuervo acercándose. Salió de la cueva y lo atrapó antes de que este bajara por completo. Estaba demasiado ansiosa. Leyó la nota cuidadosamente. Podía oler el aroma de la sangre de Azazel y sentir la seguridad que lo embargaba. Sus ojos repasaron las letras carmesí una y otra vez.

Su compañero le había notificado que todo lo que estaba sucediendo había estado previsto. Su llamada ante los lideres lunatians, y lo que vendría después. Le advertía de las últimas consecuencias, y la hacía participe para tomar una decisión, si ella así lo prefería él se disculparía y todo regresaría a la normalidad, ella tendría por supuesto que abandonar la mansión, pero no habría graves consecuencias.

La joven levantó la cabeza, y cerró los ojos. Estrujó el papel entre sus manos. Si él confiaba en ella, ella confiaría en él. Mandó una respuesta afirmativa, y dejó el resto en sus manos.

Azazel estaba sudoroso y de mal humor, no le gustaba aquel clima tan caluroso. Estaba a la mitad del trayecto, cual fuera la respuesta aún tendría un largo camino por recorrer. La repuesta afirmativa llegó.

El demonio se estiró haciendo crujir sus huesos, un pelaje plateado comenzó a cubrir su cuerpo, las extremidades se deformaron, al igual que el rostro, hasta adoptar la forma de un enorme lobo infernal. Era extraño ver un lunatian trasformado en lobo a plena luz del día. Por lo normal sólo podían hacer esa transformación durante las noches de luna llena. Pero los extenuantes entrenamientos en la mansión de la ira habían aumentado sus capacidades, y ahora era capaz de hacerlo a voluntad. Siguió su trayecto, corriendo a velocidad impresiónate, a su llegada le esperaba un pequeño infierno personal.

Iseth permanecía en silencio, su acostumbrada personalidad ruidosa, había sido eclipsada por la preocupación. Sin importar la confianza que tenía en su compañero, no dejaba de tener dudas sobre el destino de ambos. De imaginar que todo saliera mal. Le daban ganas de llorar, al pensar que su corta estancia en la mansión de los celos, la había pasado limpiando desechos de lobo. Y con todo y sus preocupaciones, no dejó salir un solo lamento o queja.

Luego de un largo y extenuante viaje, Azazel había llegado a su hogar. Los sirvientes lo recibieron, pero él los despidió, anduvo desnudo hasta su habitación. Tomó una rápida ducha para deshacerse de la suciedad del viaje. Vistió su traje de recolector con orgullo.

Le faltaba recorrer la parte final del viaje. Ir hasta la gran mansión del padre de Iseth, donde los líderes lunatians lo esperaban. Llegó a la construcción, y fue escoltado hasta una amplia sala, resguardada por enormes puertas ricamente labradas con motivos lobunos.

Cuando atravesó las puertas se encontró de frente con doce antiguos y poderosos lunatians. Sentados detrás de una larga mesa recubierta con un mantel se seda rojo. Todos lo observaban disgustados. Vestían de manera uniforme, con túnicas color negras, dejando al descubierto un medallón dorado que los reconocía como parte de los líderes de su raza.
-Azazel, has sido avisado del motivo de tu llamado. Esperamos que hayas sacado a tu compañera de la mansión de los celos y la hayas puesto en un lugar seguro.- habló uno de los lunatian más viejos.

-No.- se limitó a responder, con la cabeza en alto y los ojos ambarinos fijos en los viejos demonios.

El padre de Iseth se levantó frenético, golpeando fuertemente la mesa con un puño. El mueble crujió por el golpe amenazando con venirse abajo.

-¡Esto es inaceptable!- gritó, sus ojos destellaban furia.

-Permítame discernir, no considero inapropiado nada de lo ocurrido.

-Te estás rebelando contra las leyes de nuestra raza.- habló uno de los demonios, con tono más calmado.

-Nuestras leyes dictan que tenemos que proteger a las hembras, no hablan nada sobre mantenerlas encerradas en sus casas. Eso ha sido una costumbre seguida por cuenta propia.

-No está escrito por que es más que obvio.- alegó uno más.

-Si no está escrito no es válido para mí.

-Cuida tu lenguaje, recuerda que estamos por encima de ti.

-Y yo le recuerdo que sirvo al duque Belfegor, quien está por encima de todos ustedes.- con este comentario se ganó la mirada furibunda de todos los presentes.

-¡Exijo que devuelvas a Iseth!- ordenó el padre de la susodicha.

-Con todo respeto, usted no tiene autoridad para ordenarme lo que tengo que hacer con mi compañera.

-¡Soy su padre!

-Y yo su compañero, ha perdido los derechos sobre ella, en el momento mismo en que la celebración de nuestra unión se llevó a cabo.- hablaba calmadamente, pero sus ojos destellaban.

-¡Estás poniendo en riesgo su vida, tú, estúpido engreído!- al parecer el antiguo lunatian estaba perdiendo el control de sus emociones.- Si algo le pasara lo pagarías con tu vida.- amenazó, con voz profunda y oscura, y aún así el joven demonio permanecía imperturbable. Y es que después de ver al duque Belfegor furioso, no había nada en el infierno que pudiera asustarlo.

-Le recuerdo que al igual que usted yo también estuve presente durante la unión, y escuche cada palabra del juramento de sangre.- aquello no hizo más que alterar al antiguo lunatian.

-¡No te atrevas a burlarte de mí!

-¡Cálmate ya!- ordenó el más poderoso de todos, y enseguida recobró la compostura.- Azazel, bien sabes que tus acciones no será aceptadas por nosotros. Pones en riesgo la integridad física de tu compañera. Y aplazas el nacimiento de tus descendientes y con ello la continuidad de una poderosa línea sanguínea.

-Iseth dejó de ser parte se su antigua familia en el momento en que la tome compañera. No habría que preocuparse por la familia y su linaje. Además ella tiene varios hermanos varones, la continuidad de su sangre no es problema. Y le aseguró que no es mi prioridad comenzar a tener descendencia.

-Las leyes exigen que las parejas tengan un número determinado de descendientes, es la ley.

-No estoy negándome a tener descendientes, los tendré cuando sea oportuno. La ley no marca en que tiempo debe concebir mi compañera.

-Estás siendo muy cínico.- murmuró uno más de los antiguos.

-Tal vez, pero no pueden probar que estoy rompiendo alguna ley.- casi sonrió, le estaba ganando en aquel juego de leyes y conductas.

-Exijo que Iseth me sea devuelta.- habló de nueva cuenta. Los ojos clavados en el joven.

-Es imposible, han unido sus existencias con la sagrada ceremonia.- contestó uno de ellos.

-La única forma sería que el actual compañero muriese.

-Lo sé.- contestó con la mirada cargada de furia.- lo estoy retando a un duelo por la propiedad de Iseth.

-Y yo acepto el desafió.- contestó Azazel sin inmutarse.

Aquello era una catástrofe, pues la raza lunatian en pleno renacimiento, lo que menos necesitaba era perder a sus congéneres. Aún así el grupo de antiguos lunatians aprobó el duelo. Pero aún tenían que pedir la autorización del duque Belfegor para llevar a cabo la pelea.

En el infierno las leyes dictaban que los demonios no podían matarse entre si. A menos claro que hiciera un desafió oficial, entre los líderes de sus razas o los duques infernales. Aquella regla no existía para proteger las vidas de los seres del infierno, existía para darles entretenimiento a las masas. Después de todo cuando un desafió era lanzado, una multitud se reunía a observar el encuentro.

En la mansión de la ira Belfegor entrenada en una habitación privada. Las paredes estaban tapizadas con cientos de diferentes armas. Desde espadas hasta arcos. El duque de la ira vestía únicamente un par de pantalones de corte militar color negro. Se encontraba descalzó, la piel bronceada relucía bajo las luces del lugar.

Portaba una espada doble. Lanzaba estocadas y dibujaba arcos perfectos, luchando contra un enemigo imaginario. Era una danza mortal y precisa. Una presencia conocida se presentó justo enfrente de él. El filo de las espadas se cruzó rodeando el cuello del recién llegado.

-¡Que manera de recibir a los invitados!- se quejó Asmodeo, apartando el filo de las espadas con un dedo, y retrocediendo un paso. Belfegor lo fulminó con la mirada, y después de un momento bajó las espadas.

-No recuerdo haberte invitado.

-Nunca lo haces.

-Y deberías saber entonces, que no deseo visitas.- otra vez comenzaban sus discusiones sobre las visitas inesperadas. Si bien el duque de la ira nunca invitaba a los duques a visitarlo, por mucho que se quejara de sus espontáneas visitas, había ocasiones en que disfrutaba de ellas.

Asmodeo no respondió, simplemente sonrió. Cada vez que visita a Belfegor era la misma discusión, y al final terminaban enzarzados en largas charlas.

-Veo que es época de las pruebas de calidad.- comentó observando el lugar donde estaba.

La mansión de la ira era la mayor proveedora de armas en el infierno, y el duque por lo tanto era el más experto en su uso. Constantemente se creaban nuevas armas, y era él mismo quien se encargaba de comprobar su eficacia y durabilidad. No permitiría que material de baja calidad se distribuyera siendo él el responsable.

-¿A qué has venido?- preguntó impaciente.

-Pensé que tal vez querrías saber que he aceptado a esa lunatian que enviaste.

-Hubiera sido un desperdicio no hacerlo. No hables como si me hubieras hecho un favor, sabes que te beneficiaras con ella.

-¡Bah!, claro que te hice un favor, no habría pensado en aceptarla siquiera de no haberla recomendado tú.

-Estoy seguro de que ya presenciaste su habilidad con los dragones.

-No aceptare ni negare la acusación.- desde luego que había presenciado sus habilidades, pero no estaba dispuesto a alabarla por ello.- lo que despierta mi curiosidad es como lo tomaran esos vejestorios que tienen por líderes.

Belfegor alzó una oscura ceja. Sus ojos ambarinos observaron intrigados a su visitante. Llamarles vejestorios a los líderes de los lunatians ciertamente era una ironía. Los duques existían desde la caída de Lucifer, y no había nada más antiguo que ellos. Claro que su apariencia se mantenía joven, ocultando sus incontables vidas transcurridas.

-¿Por qué tanto interés?

-¿Por qué tanto desinterés?, eso debería preguntarlo yo.

-Confió en las habilidades de Azazel.

-¡Lo llamas por su nombre!- recriminó.

-Es uno de mis recolectores, no tiene la menor importancia la forma en la que me dirijo a él.

-Si tú lo dices.

-Si tu visita era para informarme que la lunatian había sido aceptada en tu mansión, puedes irte. A menos claro que quieras ejercitar un poco.- algo parecido a una sonrisa se instaló en los labios del moreno.

-Me gusta mi cuerpo tal como esta ahora, gracias.- respondió levantando las manos en señal de rendimiento. No quería convertirse en el blanco de la furia del duque. Para eso estaba su hermano menor.

Antes que ninguno de los dos retomara la charla, un cuervo atravesó el lugar. Ningún mensaje era permitido en aquella sala, a menos que fuera importante. Belfegor recibió al ave y leyó el contenido. Se le estaba informando del desafió contra Azazel y se le pedía su autorización para proceder con el encuentro. La hoja de papel fue arrugada hasta convertirla en una bola, para luego ser incinerada por una llamarada. Mandó una respuesta afirmativa, esa noche se celebraría un duelo a muerte al estilo lunatian. Asmodeo se mostró entusiasmado.

-Todas mis citas de esta noche están canceladas, hace años que no veo un duelo entre lunatians.

Belfegor, se mantuvo impasible, realmente no le entusiasmaba o le disgustaba el duelo. Si Azazel se había metido en tantos líos, estaba seguro de que podría salir de ellos. Retomó su pelea con un enemigo imaginario, ignorando por completo la presencia del otro duque.

-¿No iras?

-No.

-Entonces tendré que ir en tu nombre.

-No te he pedido que lo hagas.

-Lo hago por el profundo aprecio que siento por ti.- sonrió, aunque ambos sabían que lo hacía únicamente para atestiguar el encuentro.

Mientras en la zona que habitaban los lunatians, los líderes de la raza esperaban impacientes la respuesta del duque de la ira. Azazel estaba seguro de la respuesta, sería afirmativa, y más le valía ganar el duelo, al duque no le gustaba que los demonios bajo su mando perdieran batallas. Mientras que el padre de Iseth temía que el duque se negara para proteger al joven lunatian, después de todo él era un antiguo y poderoso mientras que el otro era joven e inexperto, no dudaba del resultado de aquel encuentro.

Los preparativos se realizaron en tiempo record. El lugar del encuentro era un amplio terreno desértico. A su alrededor se había dispuesto gradas para los espectadores, y desde luego al frente estaba el lugar de honor de la autoridad máxima que precedería el encuentro. Pese a que el duque de la ira había notificado su ausencia durante el encuentro. Era una norma guardarle el lugar correspondiente.

La sorpresa embargó a todos los presentes, cuando el duque de los celos se materializó frente a ellos. Los rostros estupefactos complacieron al duque, aquella era la reacción que había esperado. Avanzó hasta el asiento destinado a Belfegor, cruzó una pierna y recargó su codo contra la rodilla para sostener su cabeza.

-¿Es que piensan observarme el resto de la noche?- preguntó molesto.

De inmediato todos comenzaron a ocupar los lugares asignados, al centro del lugar entraron los contendientes. Asmodeo hizo un imperceptible movimiento con la mano, y un escudo rodeó el área, limitando el lugar de la pelea. Aquello era extraño, pero nadie se atrevió a decir nada. Después de todo, sabían el desagrado que sentía el duque hacía los de su especie.

-Está será tu última noche, y desearas nunca haberme desafiado.- el padre de Iseth escupió las palabras con enojo.

Azazel se mostraba tranquilo, pese a la presencia del duque de los celos. Había algo malicioso en sus ojos oscuros.

Asmodeo esperaba impaciente a que la contienda diera inicio. Los lunatians tenían reglas propias a lo que sus duelos respectaban. El uso de armas estaba prohibido. Como raza guerrera se sentían orgullosos de luchar con sus manos desnudas. Desde luego que sus manos siempre podían convertirse en las afiladas y mortales garras de un lobo infernal.

Los gruñidos comenzaron a brotar de ambas bocas, amenazas y promesas de muerte. El padre de Iseth abrió la boca y sus caninos comenzaron a crecer, sus huesos crujían deformándose, dándole paso a una nueva apariencia. Su pecho quedó al desnudo, cubierto por un fino pelaje plateado. Sus ojeras se habían alargado, y sus ojos brillaban amenazantes. Las manos eran fieras garras, dispuestas a destrozar.

Los gritos comenzaron, la comunidad lunatian estaba reunida para ver el encuentro, que muchos juzgaban estaba ganado. El antiguo lunatian había adquirido poder y experiencia a lo largo de los siglos. Y a pesar de que la luna en el firmamento no estaba llena, él podía adquirir una forma híbrida entre demonio y lobo.

El joven demonio no parecía sorprendido. Desde luego el estaba al tanto de las habilidades del antiguo. Pero él no había pasado el tiempo jugando. El entrenamiento en la mansión de la ira era extenuante, y más si se era un lunatian que luchaba por hacerse notar. Había entrenado hasta el desfallecimiento, pero todo aquel esfuerzo había traído grandes recompensas.

Estiró su cuerpo, un familiar crujido de huesos resonó, el pelaje plateado comenzó a cubrir su torso. En unos momentos su transformación era completa, era un hibrido al igual que su contrincante. Aquel hecho sorprendió a todos los presentes, pues Azazel era demasiado joven para tener semejante poder. Tal vez las cosas no serían tan fáciles para el padre de Iseth como se pensaba.

Asmodeo se entusiasmaba más a cada instante, sorprendentemente ambos oponentes habían adquirido lo que en aquella raza significaba perfección. El estado hibrido entre bestia y demonio. La batalla que se avecinaba prometía sangre, mucha sangre. Y aquel campo protector alrededor de ambos, aumentaría la diversión. Quien lo tocase recibiría una fuerte descarga de energía. Ya podía escuchar los gritos y oler la sangre. Era una lástima que Belfegor se perdiera este encuentro.

Iseth había terminado con su desagradable tarea. La noche ya había caído, apestaba y estaba cansada. Había terminado limpiando docenas de cuevas igualmente asquerosas, mientras los lobos la miraban con curiosidad y burla. A pesar del extenuante trabajo, no pudo evitar pensar en Azazel, y en su padre.

Su vida había sido tan normal como la de cualquier hembra lunatian. Su familia era numerosa, y sin embargo siempre se sintió sola y relegada. Sus hermanos eran mucho mayores que ella, habían encontrado una compañera para seguir con la línea sanguínea. Se le había enseñado a comportarse según las normas de su raza. Se le dijo desde que tenía uso de razón que ella sería una pieza importante en el renacimiento de su raza.

Por mucho tiempo creyó aquel cuento, donde lo más importante sería ella. Hasta que descubrió en lo que se convertiría al crecer. Observó a las compañeras de sus hermanos. Lunatians sumisas y obedientes. Con la mirada gacha y esperando que sus compañeros tomaran todas las decisiones por ellas. El mayor logro para ellas era quedar embarazadas. Ese era su destino, donde su mayor aspiración sería tener un gran número de descendientes, y aún así lucir hermosa. La idea de convertirse un ser tan patético la aterró. Y entonces fue conciente del mundo en el que vivía.

Para su fortuna se topó con Azazel, y su mundo cambio. Entonces ocurrió aquel incidente. Ella entusiasmada iría a explorar unas montañas cercanas, en busca de alguna cueva de dragones. Él la había prevenido de no ir, ella hizo oídos sordos y terminó con heridas de gravedad. Cuando fue encontrada por su padre, este la había abofeteado con tanta fuerza que la hizo sangrar. Le había gritado hasta cansarse que era un estúpida poniendo en riesgo su vida. Su preocupación había sido la continuidad de la especie no su existencia en si.

Con aquella experiencia aprendió varias cosas. Nunca contradecir a Azazel cuando tuviera aquella mirada, y no esperar nada de su padre. Su cabeza era un interminable remolino de pensamientos y recuerdos.
Había llegado a su habitación, por suerte su compañera no estaba. Observó la maleta tirada al lado de su cama. Lanzó un suspiro, era mejor mantener la mente ocupada antes de volverse loca. Comenzó a deshacer el equipaje y acomodar sus pertenencias en la cajonera. Sobre la mesa de noche dejó un pequeño marco. La única fotografía de ella con Azazel, justo en medio de la ceremonia que unió sus vidas.

Al terminar de desempacar, se dirigió a los baños a darse una merecida ducha. El tiempo pasaba demasiado lento y la angustia hacia presa de ella. Regresó hasta la habitación, sin nada que hacer se sentó al borde de la cama, impaciente por saber que estaba ocurriendo.

La puerta se abrió, sacándola de sus pensamientos. Su compañera entró y torció la boca nada más verla. Al menos tendría un poco de entretenimiento hasta recibir noticias de Azazel, casi sonrió.


CAPÍTULO V

El duelo inicio, ambos demonios se lanzaron al ataque. Dos feroces bestias, gruñendo, destrozando, arañando. Moviéndose a una velocidad espectacular. El padre de Iseth no daba tregua, lanzaba un ataque tras otro y cuando alcanzaba su objetivo, desgarraba la piel a tiras. El plateado pelaje se iba tiñendo lentamente de un rojo carmesí.

Azazel, parecía que sólo bloqueara los ataques sin realmente devolverlos. En realidad estudiaba los movimientos del viejo demonio. Su agilidad y fuerza no estaba disminuida por la edad. En realidad era bastante más fuerte de lo esperado. Tenía que andarse con cuidado, la experiencia era un factor en su contra.

Tras recibir varios golpes certeros, dejó a un lado el lado pasivo. Comenzó a devolver los golpes. Se podía escuchar el sonido de los huesos crujir bajo la piel. El antiguo lunatian recibió un puñetazo directo en el rostro. Que le había roto la nariz. Un rió de sangre baño su cara, convirtiéndose en un incentivo para aumentar su furia.

Sus ojos ambarinos relucieron peligrosos. Golpeó con fuerza el abdomen del más joven, lanzándolo por los aires varios metros. Chocando contra el campo de energía, un gritó escapó de sus labios, cuando su espalda desnuda tocó el borde de la barrera. Un olor a piel quemada inundó sus fosas nasales. Su espalda había quedado lacerada, y ni mencionar las costillas, al menos tenía un par fracturadas.

Se incorporó de inmediato, devolviendo con maestría cada golpe, ignorando el dolor lacerante en su espalda y abdomen. Terminaron tomados de las manos por sobre la cabeza. En una lucha de fuerza. Los músculos tensados bajo la piel. Temblando por toda la fuerza empleada, ninguno cedía. Gruñidos salían de sus gargantas. Como bestias feroces tras su presa.

Azazel tomó la ventaja por un segundo, se agachó y barrió el suelo con una pierna con intensiones de hacer caer al oponente, pero este esquivó el ataque. Poderosas garras buscaron alcanzar su cuello pero no lo lograron. Había alcanzado el pecho del joven demonio, dejando profundos y largos surcos escarlatas. Devolvió el ataque, pero el más viejo lo esquivó.

La sangre despertaba los instintos de los presentes, quienes observaban excitados la batalla a muerte. El terreno estaba marcado por charcos de sangre. Las heridas comenzaban a debilitar a los contendientes. Tenían que jugarse el todo en sus últimos ataques. Antes que la debilidad los hiciera perdedores.

El más joven presentaba más heridas, tan graves que casi aseguraban la victoria de su contrincante. Pero fallar no era una opción. Un intercambio de miradas bastó para apostar todo a un último golpe.
Ambos se lanzaron furiosos contra el otro. La sangre salpicó en todas direcciones, y el escalofriante crujido de huesos resonó. Los espectadores quedaron en silencio, impactados por la feroz batalla, pero sólo por un momento. Luego comenzaron a lanzar alaridos, furia, alegría, o sólo excitación por la sangre derramada.

Los cuerpos quedaron de pie, pegados el uno al otro. El más antiguo tenía el rostro hundido en el cuello del más joven, la fuerte mandíbula había despedazado la piel, a pocos centímetros de la arteria principal. Azazel tenía aferrado el cuerpo de su oponente, su mano derecha convertida en una poderosa garra, atravesaba el cuerpo sosteniendo triunfante el corazón de su victima.

-Me pertenece.- había susurrado un segundo antes de que la vida del antiguo demonio se extinguirá.

Sacó el brazo, y sostuvo el corazón en alto, señal indiscutible de su victoria. Los gritos no se hicieron esperar. El grupo de líderes lunatians se mantuvo en silencio, mientras observaban al ganador devorar el ensangrentado corazón. Un ritual con el cual adquiría parte de la fuerza del vencido.

No tuvo mucho tiempo para celebrar su victoria, después de devorar el corazón de su victima las piernas cedieron. Cayó al suelo de rodillas. Su visión borrosa distinguió las sombras de los espectadores, antes de que todo se volviera oscuridad. El cuerpo cayó levantando una escueta nube de polvo. Lentamente su estructura ósea retomó su forma original, devolviendo su apariencia demoníaca. Las heridas producidas por el fallecido demonio, eran graves, y si no se trataban a tiempo serían mortales.

Asmodeo aplaudió un par de veces mientras se ponía de pie. Un movimiento de su mano y el campo de fuerza, junto al cuerpo inconciente de Azazel, desaparecieron. Nadie se atrevió a cuestionar sus acciones.

El duque avanzó hasta los líderes de aquella raza antes maldita. Con pasos felinos y amenazantes. Su mirada oscura hizo temblar a los demonios.

-El duelo terminó y perdieron a uno de los suyos.- los observó a cada uno de ellos, con esa escalofriante sonrisa en sus labios, que podía helar la sangre de cualquiera.- todo por una niña que he aceptado en mi mansión, y que por cierto no pienso liberar.- sus ojos brillaron amenazantes como retándolos a decir algo. Nadie lo hizo, ninguno era tan estúpido.

Los antiguos demonios, intercambiaban discretas miradas, pero ninguno decía palabra alguna. Los duques no les tenían especial afecto. Y Asmodeo era uno de los que menos aceptaba que estuvieran de regreso.

-Espero que dejen de intentar sacarla de mi mansión, a menos claro que quiera enfadar a Belfegor, ya que ha sido le quien la ha recomendado.- la sola mención del duque de la ira fue suficiente para helar la sangre de todos.

Asmodeo desapareció envuelto en una llamarada. El silenció reinó el lugar por completo. Los líderes lunatians abandonaron el lugar con rapidez. Mientras que los descendientes del fallecido recogían los restos del lugar de la batalla. Ahora habría una gran dispuesta entre los varones por el título de líder de la familia, y tal vez por ocupar el lugar en el círculo de líderes que se acababa de crear.

Iseth observó a la recién llegada. Era más alta que ella, con largo cabello negro, y ojos de obsidiana. Su mirada de rubí la estudió, definitivamente era una kurohi, una de sangre pura, lo que significaba que en su sangre iba un odio natural a los lunatians.

-¡Que peste!- exclamó arrugando la nariz en un exagerado gesto de asco.
-Seguramente necesitas un baño.- respondió sin inmutarse.

-¡No te atrevas a dirigirte a mí de esa manera!- chilló molesta. – tú, repugnante lunatian, no tendrías que estar en este lugar, tendrías que haber permanecido en tu inmundo pedazo de infierno.

-Mi inmundo pedazo de infierno ahora es este. Y tendremos que compartirlo.- su tono era despreocupado, sin embargo aquello le estaba costando. Lo único que deseaba era golpear a esa demonio hasta la extenuación.

-Eso debe ser un error, no es posible que tenga que compartir habitación contigo.

-Seguro, mientras tanto puedes dormir fuera, te aseguro que me tiene sin cuidado.-se levantó y caminó hasta la puerta, alzó la barbilla orgullosa, posando sus ojos de rubí en la kurohi.

Salió de ahí antes de perder su autocontrol, esa estúpida kurohi la ponía de mal humor. Comenzó a avanzar por el largo corredor tapizado de puertas. Pero no logró llegar más lejos. Un terrible dolor atravesó su cuerpo, haciéndola caer de rodillas. Las manos aferraban su pecho con fuerza. El dolor era agónico, como si estuviese muriendo.

Observó atónita como su ser entero temblaba. Era como si su vida se estuviese esfumando lentamente. La cabeza le dio vueltas y sintió como su cuerpo se ladeaba, hasta estrellarse contra el frío suelo. Su piel se enfrió violentamente. Y su vista estaba tan borrosa que sólo distinguía manchas. Cerró los ojos quedando en completa oscuridad. Entonces lo vio, el cuerpo destrozado de Azazel, flotando en la oscuridad. Y supo que estaba sintiendo su dolor en carne propia.

Como parte del pacto de sangre, estaba tan íntimamente conectada con él, que sentía como si fuese su vida la que se esfumaba. Cuando fue consiente de eso, pudo desvincularse del sufrimiento lo suficiente para poder hablar.

-¡Azazel!- gritó el nombre aún tirada en el suelo con los ojos cerrados.

El cuerpo de Azazel fue transportado a la mansión de la ira, quedando inconciente en medio de uno de los patios de entrenamiento. Los demonios cesaron su práctica, y observaron estupefactos el cuerpo maltratado del lunatian. Una voz sonó la alarma, y de inmediato las hechiceras del lugar trasladaron al herido dentro de la mansión.

Todos comenzaron a murmurar, sobre quien habría sido el responsable de dejar en tal estado al lunatian, siendo uno de los mejores guerreros de la mansión. El alboroto en los patios de entrenamiento alertó al duque sobre lo que sucedía. Se disponía a ir a donde el lunatian era atendido, cuando sintió una presencia aparecer detrás de él.

-No me digas que estás preocupado por tu mascota.- murmuró Asmodeo.

-No es mi mascota.

-Parece serlo.

-¿Qué haces aquí, no tienes obligaciones que atender en tu mansión?- aventuró esperanzado.

-No realmente, se las pueden arreglar sin mí.

-¿Qué le has hecho a Astaroth está vez?- preguntó girándose, con los ojos ambarinos clavados en los oscuros de su visitante.

-Nada…- murmuró molesto. Lo habían descubierto.
-Tendría que preguntarle directamente a ella.

-No serias capaz…-

-Créeme por deshacerme de ti lo sería.- respondió con esa mirada suya que aterrorizaba a cualquier demonio que la contemplara.

Asmodeo no se atrevió a seguir azuzándolo. Ya podía visualizar al duque de la ira visitando a la duquesa de la soberbia para saber el motivo de su exilio temporal de la mansión de ella. Era bien sabido que los duques de los celos y la soberbia gustaban de pasar largas temporadas juntos. Sin embargo cuando Astaroth se molestaba, vetaba al moreno de su mansión. Poniéndolo de mal humor. La pelirroja tenía un gran temperamento y cuando estaba enfadada era mejor dejarla en paz.

Llevaba demasiado tiempo vetado de la mansión de la soberbia, y su vida se volvía aburrida. Extrañaba esas salvajes noches de pasión con la duquesa, y sin embargo ella parecía indiferente a todo. No deseaba verlo. La discusión había comenzado por una tontería que a estas alturas Asmodeo había olvidado. Por ese motivo andaba tan irritante últimamente, haciendo visitas e intentando distraerse sin mucho éxito.

Todo había sido en vano hasta que se topó con aquella pareja lunatian que prometía mucha diversión, y hasta ahora había cumplido con el propósito de distraerlo. Pero ahora estaba acabando con la paciencia de Belfegor y eso podía ser peligroso. Aunque era bien sabido que había cierta tensión entre él y Astaroth, era muy factible que fuera a verla con tal de deshacerse de Asmodeo. Y entonces la pelirroja se molestaría aún más y no dejaría volver al duque de los celos por mucho tiempo. El sólo pensarlo le hizo sentir un escalofrió.

-De acuerdo, me voy. Pero deberías estar agradecido por traerte de regreso a tu mascota.- comentó con voz seca. Dio media vuelta y desapareció, aún le quedaba la joven lunatian para divertirse.

Cuando lo vio desaparecer, Belfegor casi suspiró aliviado. Justo en aquellos momentos lo último que deseaba era tener a Asmodeo revoloteando por ahí, causando problemas. Se encaminó a ver al lunatian.

Planeaba tener una charla con Baal. Ella era la duquesa de la lujuria, y su pareja. Además de ser la mejor amiga de Astaroth, ella sabría las causas de la pelea entre los duques y tal vez podría interceder por Asmodeo. Aquella pelea le causaba molestias a él también, pues tenía que soportar al duque de los celos más de lo necesario.

Imaginó a Astaroth molesta. La pelirroja era de armas tomar. Más de una vez se había enfrentado a ella, y era una dura rival. Se alegró de no haber tenido que ir a verla, aunque antes de hacerlo, habría preferido tener que cortarle el cuello a Asmodeo.

La duquesa de la soberbia tenía cierta animadversión contra él, y desde luego él no estaba muy feliz con su actitud y sus acciones. La causa de tal tensión entre ambos, era nada más y nada menos que Baal. Una historia larga, que prefreía no recordar, y dejarla enterrada en el pasado, por seguridad del infierno y sus habitantes.

Azazel, sintió como su cuerpo aterrizaba en el suelo arenoso. Gimió cuando su piel lacerada era tocada por pequeñas rocas. Intentaba abrir los ojos pero no lo lograba, sentía su mente caer en una profunda oscuridad, y lentamente se fue desconectando de su cuerpo. Dejándose llevar por el dolor.

Cuando creía estar dando su último aliento, escuchó la voz angustiada de Iseth. Pudo distinguir sus singulares ojos en medio de la oscuridad, y entonces volvió a tomar conciencia de su cuerpo y sus heridas.

Abrió los ojos mientras un grito de dolor escapaba de su garganta. Sus pupilas fueron lastimadas por la intensa luz del lugar. De inmediato sintió unas manos devolverlo a la cama donde se encontraba. Las sombras que distinguía a penas, fueron tomando forma lentamente. Las hechiceras murmuran cosas inteligibles. Sentía demasiadas manos moverse por su cuerpo. Suturando, limpiando, y algunas más tocando más allá de lo necesario. Estaba muy cansado para protestar, se dejó hacer.

El grito de Iseth alertó a los demonios cercanos, algunos salieron de sus habitaciones. Contemplaron a la joven lunatian en el suelo, encogida, con los ojos cerrados y una expresión de dolor intenso. Nadie pareció hacer nada para ayudarla.

La lunatian abrió los ojos cuando sintió la punta de un pie golpear su espalda. Vio varias caras observándola fijamente. Se puso de pie a pesar de seguir mareada y un tanto adolorida. Los murmullos comenzaron de inmediato. No se quedó a escuchar, con toda la entereza que pudo se dirigió a su habitación. Por suerte su compañera parecía haberse ido.

Se dejó caer en la cama. Cerró los ojos intentando visualizar algo pero le fue imposible. Lo último que había visto antes de sentir el pie en su espalda, fue un par de ojos ambarinos abrirse. Al menos sabía que Azazel había despertado. Aún así estaba preocupada.

-No seas tonta…- se dijo a si misma. Si Azazel hubiese perdido no estaría con vida. Pero estaba bastante lastimado.

Se llevó una mano al pecho. Todo eso del pacto de sangre y el juramento era más profundo de lo que había imaginado, el lazo que ahora los unía era intenso, tanto que podían sentirse el uno al otro aunque estuviesen tan lejos. Era frustrante no poder controlar la conexión.

Paso un largo rato antes de que el dolor en su pecho desapareciera por completo. Entonces la imagen de su padre vino a su mente. Su mirada despreciativa, y su fría indiferencia. Pensó también en sus hermanos y el lío que estarían armando para establecer al nuevo líder de la familia. Una sonrisa apareció en sus labios. Cualquier lazo existente se había roto.

Ahora formaría una familia propia, y entonces evitaría que se convirtiera en algo como lo que ella había visto y vivido. Una de sus manos sujeto el colgante en su cuello con fuerza. Se acomodó en la cama y comenzó a dejarse llevar por el sueño. Cuando Azazel estuviera bien él se lo haría saber.

En medio de su sueño se vio caer en un abismo sin fin. Gritó desesperada intentando sujetarse a cualquier cosa para evitar la caída. Entonces su cuerpo se detuvo, quedando suspendido en aquel abismo. En medio de la oscuridad vio relucir un par de ojos amarillos.

-¿Azazel?

Vio al demonio materializarse frente a ella. Su torso estaba vendado por completo, y su rostro mostraba arañazos y moretones. Comenzó a acercarse hasta donde ella estaba. Iseth logró incorporare y se lanzó a su encuentro.

-¿Estás bien?- preguntó angustiada. Toqueteando el cuerpo en busca de las heridas. Pero era extraño, no sentía que tocara nada en absoluto, era como tocar el aire.

-Estoy bien. Regresa ahora.- ordenó.

Iseth despertó de golpe. Se sentó en la cama y miró a su alrededor. La cama contigua estaba ocupada, al parecer su adorable compañera había decidido quedarse. Se llevó una mano a la cabeza. ¿Qué había sido aquello? Por lo visto aquel pacto de sangre tenía muchas consecuencias. Estaba segura que no había sido sólo un sueño.

Se levantó, no le apetecía seguir durmiendo después de aquello. Tomó una ducha y comenzó temprano con su trabajo, así tendría una tarde libre para explorar los alrededores.

Azazel abrió los ojos, y se quedó contemplando el techo de su habitación. Lo habían llevado hasta ahí luego de encargarse de sus heridas. Las hechiceras de la mansión eran más que eficaces, habían usado pociones para acelerar su capacidad de regeneración. Luego de unas horas de sueño las heridas habían mejorado bastante. Por lo menos podía mantenerse acostado sobre su espalda sin sentir aquel punzante dolor.

Su pecho era asunto aparte. Eso tardaría en curarse las garras de un lunatian eran más que mortales, aquella herida le habría costado la vida si no hubiese sido intervenido a tiempo. Aún se preguntaba por que el duque de los celos se había tomado la molestia de llevarlo hasta la mansión de la ira.

Belfegor le había otorgado un par de días para guardar reposo, el lunatian quiso oponerse pero una sola mirada del duque basto para hacerlo callar. No le era útil si se encontraba en tal mal estado. Desde luego había algo de preocupación en el duque, a veces se dejaba conquistar por los encantos de los demonios y sus habilidades. A pesar de que ya había salido desilusionado más de una ocasión. Y aquello daba pie a muchas burlas por parte del resto de los duques.

Los días pasaron lentos y aburridos para Azazel. Cuando se vio recuperado lo suficiente para reincorporarse al trabajo no pudo reprimir una sonrisa de satisfacción. Le hizo saber a su compañera que se reincorporaría a las filas de los recolectores. El suceso de encontrarse a través de los sueños se repitió a lo largo de los días.

Al parecer su conexión se volvía más fuerte a pesar de la distancia que los separaba. Aunque de todas formas el lunatian no hablaba demasiado. No importaba como se encontraran, en sueños o en carne y hueso, él nunca decía demasiado. Pero aquello era suficiente para hacer llevadera la estancia de Iseth en la mansión de los celos.

Mientras Iseth seguía con su no muy agradable trabajo. Había evitado a su compañera durante los últimos días. En realidad no le apetecía discutir con ella. Pero aquel día parecía no ir muy bien. Por la mañana había iniciado una riña entre los lobos justo cuando ella estaba en medio, por suerte había podido salir casi ilesa. Para evitar ser golpeada por las bestias se había lanzado lejos de ellos, sólo para aterrizar en un gran montón de desperdicios.

Estaba especialmente de mal humor. Había tenido que terminar sus labores antes de poder ir a su habitación, coger algo de ropa y darse un muy necesario baño. El día empeoró cuando al abrir la puerta se topó de frente con su compañera. La joven kurohi llevaba una enorme serpiente enroscada alrededor de su cuerpo.

-¡Que asco!- exclamó retrocediendo ante el aspecto lamentable de la lunatian. La serpiente comenzó a sisear. -¿Cómo te atreves a entrar así?

Iseth la observó detenidamente. Sus ojos de rubí se posaron sobre la serpiente, la piel escamosa era de color marrón con una larga línea roja sobre la cabeza.

-Una domadora de serpientes…- dijo hastiada.- y yo que pensaba que ese era tú olor natural.

-¡No te atrevas a insultar mi trabajo!- bramó, al parecer había tocado un punto sensible.

-Te pasas los días quejándote sobre mi presencia aquí, por que no soy merecedora y blah blah. Además de nunca perder la oportunidad de recordarme que mi raza es inferior a la tuya. Y sin embargo compartes la habitación conmigo. ¿Eso no te convierte en una deplorable domadora de serpientes?, si fueras realmente buena no estarías aquí, basta ya de estupideces, comienzas a estresarme.- su tono había sido rudo y directo.

La kurohi no atinó a decir nada, pero su rostro estaba rojo por la furia. Se lanzó contra la lunatian, un golpe certero contra su rostro. Fue evadido por escasos centímetros. Iseth regresó el golpe, acertando justo en el abdomen de la morena, sin golpear al animal alrededor suyo. En fuerza física los lunatians eran superiores, y había quedado bastante claro.

El golpe la había dejado sin aliento, terminó tirada sobre la cama, intentando recuperarse. La lunatian le dedicó una fría mirada, tomó un par de prendas y salió del lugar.

Ya en las duchas, lanzó un largo suspiro. Había estado cerca de recibir el impacto, había sido más instinto que nada. Se dio cuenta que realmente nunca se había preparado para pelear con alguien, siempre había estado protegida por los varones lo quisiera o no. Y en caso de hallarse sola siempre confiaba en los dragones o en los lobos para ayudarla. Meditó sobre sus posibilidades de ganarle a la kurohi en un encuentro. La otra tenía de ventaja sus poderes, y ella el puro instinto, con suerte, las cosas se calmarían Lo que menos quería era iniciar peleas y darle al duque alguna razón para echarla. Pues aún no confiaba en que su estancia estuviese definida.

Su piel comenzaba arrugarse por estar demasiado tiempo baja el chorro de agua. El resto de demonios que entraban al lugar comenzaban a murmurar cosas sobre ella. Aunque desde luego aquello no era nuevo, Iseth los ignoró, como lo hacía normalmente.

Pasados largos minutos finalmente salió de las duchas. Cambio sus ropas y dudó un momento en volver a su habitación. No por que temiera a la kurohi, si no por que no quería dar motivos para que la echaran del lugar.

Decidió que pasaría la noche fuera. Después de todo dormir a la intemperie no era algo que no hubiese hecho ya. La noche era oscura y demasiado calurosa. La joven lunatian estuvo deambulando por los alrededores. A pesar de las altas horas había mucha actividad. Pues algunos demonios acoplaban sus ritmos de vida a los de las bestias que manejaban y muchas eran nocturnas.

La mayoría de los rostros eran nuevos para ella, pero no las expresiones en ellos. Esas siempre eran las mismas. Decidió que observarlos, no ayudaría en nada, comenzó a alejarse a los límites de la mansión, sin adentrarse al bosque, que a esas horas era demasiado peligroso.

Estaba cansada, pero no le apetecía demasiado dormir. Ni tenía la energía o el ánimo para hacer algo más. Terminó tirándose en un claro, recargándose en unas rocas. Y pese a su negativa inicial, se quedó dormida. No era el mejor lugar, ni el más seguro. Y aún así durmió profundamente un par de horas. Antes de despertar sobresaltada.

-¿Pero que diablos?- se preguntó cuando notó el lugar donde estaba.

Se restregó los ojos, se levantó y sacudió sus ropas. Estaba por amanecer. Y pronto tenía que iniciar sus actividades cotidianas. Así que decidió adelantarse. Se dirigió a las cuevas que tenía asignadas. Y se sorprendió de encontrar al demonio que la guiara la primera vez, conviviendo con los lobos.

-¿Qué haces tan temprano aquí?- preguntó el demonio, sin voltear a verla.

-Decidí comenzar mis labores cuanto antes.- comentó sin mucho entusiasmo.

No hubo más palabras. Addu se marchó del lugar en poco tiempo. No sin antes despedirse de la manada que ahí habitaba. Iseth no le dio demasiada importancia y cumplió con sus labores.

Aquellos encuentros se repitieron en las semanas siguientes. Iseth no dormía en su habitación y sólo iba en busca de prendas limpias. Esperaba en cualquier momento la venganza de su compañera, y sin embargo parecía que el asunto había desaparecido en el olvido.

Con el paso de los días notó que Addu ya no la miraba como el resto de los demonios. Con ese brillo de desprecio en los ojos. A veces la observaba con curiosidad y otros con fría indiferencia. Y aquello la desconcertaba, pues se había acostumbrado tanto a las miradas despreciativas que otro tipo de intercambio visual era inquietante.

En el tiempo que llevaba en la mansión no había visto demasiado, un poco de los alrededores y las habituales cuevas de la manada. Pero no se desanimaba, intentaba ser positiva, al menos aún seguía ahí. Aunque su humor iba en picada, no había con quien hablar más que con las bestias, e incluso ellas a veces la ignoraban.

Y ni mencionar los frustrada que estaba. Todo el tiempo que había permanecido en aquel lugar, había estado en total celibato. Y eso si que la estaba volviendo loca. Pero prefería mil veces golpearse hasta la inconciencia a meterse con alguno de los demonios de aquel lugar. No definitivamente, esa idea no era aceptable. Hasta ella tenía sus límites.

Los sueños en los que encontraba a Azazel eran también frustrantes, pues el demonio cortaba el enlace la mayoría de las veces. Y la animaba con escuetas palabras. Y a pesar de que estaba acostumbrada a aquella actitud en aquellos momentos era desconsolador. Actualmente su compañero estaba en una larga ronda en el mundo humano, y su conexión no traspasaba aquella barrera.

La acción que buscaba llegó al ocaso, cuando estaba por terminar su rutina de limpieza. Pronto algunos lobos jóvenes regresaron a la cueva, sobresaltándola. Venían heridos, y dejando un rastro de sangre a su paso. Intentó intervenir, pero recibió una advertencia en forma de gruñido. Pues a pesar de la convivencia los lobos no le tenían confianza suficiente para dejarla tocarlos y mucho menos aún heridos. Decidió que salir de ahí sería lo más sensato. Nada más peligroso que una bestia herida.

Desde luego que quedarse como tonta en medio del lugar sin hacer nada, no era tampoco una idea atractiva. Pero tampoco tenía claro lo que debía hacer, ¿tendría que ir en busca de Addu?, no eso le tomaría demasiado tiempo por que no tenía ni la menor idea de donde se encontraba el demonio.

Decidió investigar la situación por cuenta propia, con todo y los riesgos que aquello conllevaba. Se adentro en la espesura del bosque. Siguiendo el olor de la sangre fresca. En su camino encontró restos de uno de los lobos, estaba claro que había sido obra de otro de su misma especie. Al parecer una manada extraña intentaba apoderarse de aquel territorio. No debía interferir, se lo decía el sentido común, pero una vocecita interna la impulsaba a adentrarse en el bosque e investigar más a fondo lo que ocurría, y por lo visto la vocecita opacaba a su sentido común.

Cuando finalmente llegó al centro de la batalla, se horrorizó con el espectáculo sangriento que se llevaba a cabo. La manada invasora era menos numerosa pero mucho más agresiva. Estaban destrozando a los lobos, y sintió las pérdidas, pues aunque no había sido aceptada por ellos, había convivido lo suficiente para tomarles cierto apreció.

Al parecer la manada había sido sorprendida en mitad de una cacería. Las madres intentaban proteger a sus cachorros, y al parecer ya había varias perdidas. Iseth se enfureció, y por alguna extraña razón que no comprendió saltó desde su escondite para ponerse justo en medio de aquella masacre.
Y ahí estaba ella, desarmada, y rodeada de lobos alterados. Y se le ocurrió que aquella no había sido su mejor idea en mucho tiempo. A su derecha los invasores atacaron a una de las madres, y en un instante la despedazaron, dejando al cachorro indefenso. Y de nueva cuenta la joven actuó impulsivamente, y se lanzó contra el cachorro, evitando por escasos centímetros los ataques de los agresores.

Se dio cuenta que había intervenido en algo que lo le concernía, y ahora el pequeño lobo sería blanco de ambas manadas, su manada no se haría cargo de él y le dejarían morir, mientras que los invasores le matarían considerándole un estorbo, al igual que a ella.

No había manera de hacer frente a aquello en su estado actual. Y sin meditarlo demasiado, lanzó un gruñido de advertencia. Su mandíbula se fue deformando al igual que el resto de su cuerpo. Un pelaje plateado comenzó a cubrir su piel. Se estaba convirtiendo en una loba, al menos así sería capaz de mantenerse viva.

De alguna forma se las ingenió para dividir a los agresores, tres de ellos fueron en su búsqueda. Ella llevaba en el hocico bien afianzado al cachorro que aullaba incontrolable. Aquello fue una locura y una estupidez y no paraba de repetírselo, mientras corría desesperada por salvar el pellejo. No creía que en aquel lugar fuera factible herir a alguna bestia. Era bien sabido que el duque apreciaba más a las bestias que a los demonios y más de una vez había escuchado cosas terribles sobre lo que el duque hacia con aquellos que osaban dañar a sus fieras.

Todo aquello la estaba dejando sin posibilidades, y las cosas no pintaban bien. Con suerte la manada sería lista y aprovecharía la pequeña ventaja que les había concedido y con más suerte aún irían en su ayuda, pero eso era demasiado pedir.

Sus pensamientos la estaban alejando de la realidad y eso afectó sus sentidos. En un instante que su guardia estuvo baja, los lobos que la perseguían la atacaron. Las poderosas mandíbulas mordieron sus patas y rasgaron su piel. La sangre salpicó en todas direcciones. Sus ojos rojos observaron impotentes como los tres enormes lobos se le abalanzaban encima a ella y al pequeño que llevaba en el hocico.


CAPÍTULO VI

Iseth en su forma de loba aulló de dolor cuando sintió su piel siendo destrozada por poderosas mandíbulas. Soltó al pequeño lobo. Pero de inmediato se puso sobre él. El cachorro tendría alrededor de sesenta centímetros de estatura, mientras que ella tenía los dos metros de un lobo adulto.

Cuando creyó que no tenía forma de escapar de aquello a menos que atacara, la ayuda cayó del cielo. Literalmente. El enorme dragón con el que había hecho amistad tomó con sus poderosas garras a uno de los lobos, y lo devoró en un santiamén. Los lobos restantes huyeron del depredador para conservar la vida. La enorme bestia le dedicó una mirada a la joven antes de ir tras los lobos.

Iseth se quedó de piedra. El dragón la había reconocido aún en su forma animal. Y le había ayudado. O tal vez sólo había sido una coincidencia. En aquel momento no estaba segura. Decidió que lo meditaría más tarde, salió de los límites del bosque con demasiado esfuerzo. Pues tenía que evitar al resto de los depredadores que ahí habitaban. Además sus heridas eran una clara invitación a ser blanco de algún ataque.

Terminó llena de fango y ramas secas pegadas a su pelaje. Pero finalmente consiguió salir. No pudo regresar a las cuevas pues al verla con el cachorro se le irían encima con intenciones de devorarlo. No había manera de regresarlo con la manada, la única opción que tenía era llevarlo consigo.

Estaba exhausta. Terminó tirándose en un claro alejado de las cuevas. Su transformación terminó dolorosamente. Regresó a su apariencia demoníaca. Tenía las piernas destrozadas. Y su piel lucía más pálida de lo habitual.

Con mucho esfuerzo se levantó. Miró al cachorro y vio lo asustado que estaba. Lo acercó a ella y acarició el pelaje ensangrentado y sucio.

-Tranquilo, todo estará bien.- le susurró pero realmente no sabía que pasaría después. Había intervenido en algo que no le concernía y tendría que ver que consecuencias acarrearía.

Pero no era el momento para pensar en eso. Estaba herida, desnuda y con un cachorro de lobo. Lo mejor sería salir de ahí. No le fue fácil, el lobo estaba demasiado asustado así que tuvo que cargarlo. Y sus piernas destrozadas no le hacían las cosas más fáciles.

Llegó cojeando a la entrada principal, dejando a su paso surcos carmesí. Su cabello estaba ensangrentado y llenó de suciedad. Así de largo como lo llevaba tapaba bastante piel. Desde luego había bastante a la vista y no fue pasada por alto por todos los demonios que encontró a su paso. Pero ninguno hizo intentó de ayudarla o preguntarle que había sucedido. Tampoco es que ella esperara tal cosa.

Se arrastró hasta las duchas con todo y el pequeño lobo. Los metió a ambos bajo el chorro de agua para limpiar la suciedad. Increíblemente el lobo se mantuvo quieto. Ella limpió sus heridas. Sus piernas estaban hechas jirones. Se lavó como pudo, y dejó que el lobo se limpiara a su manera. No estaba herido de gravedad. Sólo los rasguños de ir a alta velocidad en medio de la maleza.

Se levantó con dificultad, y el lobo está vez si la siguió, al parecer estaba tomando más seguridad. La joven agradeció aquello pues no se sentía con fuerza para volver a cargarlo. Anduvo con esfuerzo hasta su habitación. Así, desnuda y escurriendo agua y sangre, seguida de un cachorro. Los murmullos y comentarios no se hicieron esperar. Pronto la mansión entera estaría enterada.

Para su buena suerte su compañera no estaba. Se dejó caer en la cama, buscando a tientas vendas en su mesa de noche. Vendó sus heridas para detener el sangrado e ingirió un par de almas encapsuladas.

Observó al pequeño lobo en el suelo y le hizo una señal para que subiera a la cama. El pequeño obedeció. Entonces Iseth lo observó, su pelaje era negro pero tenía una pequeña mancha gris que iniciaba en medio de los ojos hasta la altura de las orejas. Era una marca muy peculiar.

Podía pasar más tiempo observando fascinada al pequeño lobo pero estaba muy cansada. Se dejó caer de lado en la cama y se durmió casi al instante. El lobo se acomodó junto a ella, y así completamente mojados se quedaron dormidos. Sin saber lo que les depararía al día siguiente.

Iseth abrió los ojos, el dolor de las heridas la había despertado. Sintió el cuerpo peludo del lobo a su lado. Se incorporó lentamente. Acariciando la cabeza del cachorro. Y entonces su mirada se alzó y su boca se abrió sorprendida, en un intento de decir algo, pero no lo logró. Su mirada era de estupefacción y miedo todo al mismo tiempo. Ni siquiera fue conciente que estaba completamente desnuda.

-Por fin despiertas.- se escuchó una voz sombría, era el duque Asmodeo quien estaba frente a ella, con los brazos cruzados y un ceño oscurecido por completo.

-Duque…- logró articular finalmente.
-Parece que has tenido una noche entretenida.

-Yo… yo puedo explicarle…

-No te he autorizado para que hables.- le cortó secamente, y la joven se calló al instante.- Has actuado imprudentemente al intervenir en una pelea territorial. No era asunto tuyo.

El duque observó al pequeño lobo que se había puesto protectoramente frente a la joven. Los animales no le temían. El pequeño compartió sus recuerdos con Asmodeo para que viera él mismo lo que había ocurrido. Sin embargo el ceño oscurecido no desaparecía.

-Tu intervención otorgó la victoria. Y salvaste la vida de ese pequeño, que no podrá regresar con su manada. Te harás cargo de él.- la observó, estudiándola.- Has tenido suerte esta vez, pero no olvides que actuar sin pensar puede costarte tu estadía en este lugar.- y sin más desapareció.

La joven quedó atónita sin terminar de comprender que había sucedido ahí. Observó al cachorro que a su vez la observaba a ella.

-Supongo que estoy en deuda contigo…- murmuró y acarició su cabeza. Pensar que esa adorable criatura terminaría convertido en una fiera asesina.

Se levantó de la cama y se vistió, su cabello era un desastre, lo sujetó en una coleta, pues no tenía tiempo de hacerle algo más.

-Necesitas un nombre…- murmuró observando al pequeño lobo.- Seth, suena bien, ¿Qué te parece?- preguntó buscando aprobación.

El lobo no hizo seña alguna de que le desagradara, así que desde ese momento su nombre sería Seth. Ahora lo difícil sería cuidarlo. Durante el día ella pasaba su tiempo en las cuevas y definitivamente llevarlo ahí no era buena idea. Lo dejó en la habitación por aquel día, y ocuparía la tarde para pensar que hacer. Le llevó comida antes de irse a sus labores, y le pidió que se portara bien, esperando que le hiciera caso.

Antes de llegar a la guarida de los lobos. Se dio cuenta que Addu estaba ahí, a pesar de que ya era tarde. Se acercó cautelosa.

-Llegas tarde.- apuntó el demonio.

-Lo sé.

-¿Cómo está el pequeño?

-Bien, no tiene heridas graves.

-Te arriesgaste demasiado.- se comenzó a acercar hacia ella.- Interviniste en una lucha territorial. Y saliste ilesa.

-No diría eso…- comenzó a hablar, realmente no había salido ilesa, había salido viva.

-Estás viva, si hubieras atacado a los lobos, en estos momentos servirías de alimento.

-Lo sé, he escuchado lo que sucede cuando un demonio ataca a una bestia en este lugar.

-Aún así, te contuviste.

-Tuve suerte.- admitió, desde luego que la había tenido. El dragón había llegado a tiempo para salvarla.

-Te arriesgaste por la manada, y evitaste más muertes, y por ello estoy en deuda contigo.- dijo finalmente. Como si aquello le hubiera costado más de lo que parecía.

Iseth abrió la boca sorprendida, y enseguida volvió a cerrarla. No podía creer lo que estaba ocurriendo. Observó atentamente a Addu, su mirada estaba distinta, no la observaba con aquel asco acostumbrado. Definitivamente su intervención de la noche anterior, había traído muchas sorpresas. Ahora el demonio le debía una, y no le regresaría su palabra. Haría valer aquello cuando realmente lo necesitara.

El demonio no añadió nada más. Se marchó, había esperado por ella para hacerle saber su deuda y nada más. Al llegar había encontrado a la manada diezmada y muchos heridos. Se hizo cargo de las curaciones y escuchó la historia. Aquella manada era su responsabilidad y ahora estaba en deuda. Aún así su visión sobre la joven lunatian había cambiado considerablemente. Tal vez aquella raza no fuera tan desagradable después de todo.

La joven permaneció en el mismo sitió durante unos minutos, intentando digerir todo lo que estaba pasando. Realmente no pudo más. Creó un cuervo y escribió todo lo que había pasado la noche anterior. Vio al ave volar rumbo a la mansión de la ira. Y deseó que Azazel estuviera ahí.

Azazel había comenzado una nueva ronda en el mundo humano. Últimamente estaba lleno de trabajo. Al menos no había sido requerido nuevamente ante la presencia de los líderes de su raza. Eso era algo menos de lo que preocuparse. Sin embargo estar alejado del infierno lo inquietaba, si Iseth lo necesitaba no sería capaz de comunicarse con él. Las pequeñas dudas que lo asaltaban eran apaciguadas por su confianza en las habilidades de su compañera.

Cuando su ronda finalmente terminó abrió un portal al infierno. Llevaba un buen número de almas. Y se sentía satisfecho con su trabajo. No era el mejor de los recolectores, pero para ser un principiante lo llevaba bastante bien. Aunque siempre necesitaba largas horas de sueño y comida para reponer toda la energía gastada. Aún requería entrenamiento para poder soportar las intensas jornadas entre los mundos sin tanto desgaste físico.

Atravesó el portal. Al poner un pie en el infierno un intenso dolor lo atacó. Sus piernas perdieron fuerza y cayó de rodillas. Soportó todo el sufrimiento de Iseth durante su ataque en tan sólo unos segundos. Su respiración era entrecortada y su cuerpo entero estaba temblando. Se mantuvo en el suelo unos instantes, estaba en los alrededores de la mansión. Pues la estructura estaba protegida mágicamente y nadie podía transportarse directamente a ella.

Un cuervo fue a su encuentro. Con esfuerzo alzó una mano para recibir al ave. Leyó el mensaje de Iseth. No supo realmente como asimilar toda esa información. Ahora sabía que tan herida había resultado. Pero al parecer a ella no le preocupaban demasiado las heridas físicas.

Se sentía terrible, era como estar pagando con dolor el haber permitido que Iseth sufriera daño alguno. La conexión entre ellos crecía a cada instante y el comenzaba a pagar por cada descuido a su compañera.

Después de recuperar la energía suficiente para ponerse de pie. Llegó a la mansión entregó sus almas y fue directo a su habitación. Cayó rendido sobre la cama. Su cuerpo entero dolía, pero sobretodo sus piernas, parecían arder por dentro.

Cerró los ojos y se concentró en abrir la conexión mental que compartía con Iseth. Buscó en lo recóndito de su mente, hasta que encontró un punto luminoso, y lentamente fue visualizando el rostro de la joven lunatian.

Era de noche e Iseth terminaba con la limpieza asignada. Había estado horas dando vueltas en círculos y hablando consigo misma. Intentando calmarse hasta recibir una respuesta de su compañero. Pero no la recibió, así que decidió intentar controlarse, ponerse a trabajar y evitar más problemas.

Estaba sentada afuera de la cueva, con los utensilios de limpieza a un lado. Cerró los ojos por un momento y entonces sintió un tirón. Jalándola hacia un oscuro túnel. Sintió flotar y en medio de la oscuridad reconoció a Azazel. El lunatian se acercó a ella, quedando frente a frente. La estudio de pies a cabeza, cerciorándose de su estado actual. Al parecer las heridas curaban a la perfección y el dolor era soportable.

-¡Azazel!- gritó emocionada. Y se lanzó a abrazarlo, a pesar de que realmente no sentía como si lo tocase.

El joven demonio permaneció en silencio mientras su compañera lo ponía al tanto de todos los pormenores. La escuchó paciente quejarse de todo lo que le molestaba en aquel lugar, pero también notó el entusiasmo que la embargaba por poder tener aquella oportunidad.

-Lo peor sin duda es la ausencia de un cuerpo junto al mió.- suspiró.

-Búscate un amante.

-Lo dices como si fuera tan fácil.

-Lo es. Nunca has tenido problemas para conseguir uno.

-Es diferente, los demonios aquí me ven como la peor de las plagas. Y juro que prefiero que me corten en tiras a dejar que alguno de ellos me toque.

Azazel la observó con aquella fría mirada. Como advirtiéndole que pronto no pondría tantos impedimentos y buscaría un amante, si no quería seguir siendo su propia compañera en noches solitarias.

-¿Cuándo podré verte?- preguntó con la esperanza de poner fin a su tortura.

-No pronto, lo sabes.

-Sí, lo sé.- suspiró, sabía que la presencia de su compañero en la mansión de los celos sería perjudicante. Le daría al duque una excusa para seguir con el tema de lo problemáticas que eran las hembras lunatians.

-Oscurece. Es hora de irme.- dijo sin más y en un instante el contacto había terminado.

Iseth maldijo por lo bajo. Odiaba cuando él hacía esas cosas. La dejaba de repente y ella terminaba sintiéndose vulnerable. Se puso de pie. Al menos había podido decirle todo aquello que la atormentaba e inquietaba.

Observó el cielo, comenzaba a oscurecer. Era hora de regresar. Seth había estado mucho tiempo solo y necesitaría un poco de atención. Comenzó a avanzar hasta la mansión. La charla con su compañero había mejorado su ánimo.

Azazel seguía acostado en su cama, con los ojos fijos en el techo. La frente perlada de sudor y las manos temblorosas. Aquello había sido la razón para que terminara el contacto. No podía mantener su estado oculto de su compañera por más tiempo. Y no quería que ella se enterara de su situación actual.
Era extraño que él sacrificara tantas cosas por ella. No la amaba. Ni siquiera creía que el amor pudiera alcanzar a los de su especie. Pero si le tenía afecto. Después de todo, durante años había compartido con ella más que con cualquiera.

Y sin embargo el precio por darle lo que ella deseaba era elevado. Ahora recordaba por que nunca quiso la responsabilidad de una compañera. Con el paso del tiempo su vínculo no haría más que aumentar. En algún momento, él recibiría todo el dolor y sufrimiento de ella. Como un castigo por no cumplir su juramento de sangre.

Desde luego ahora el hecho de que el resto de los lunatians mantuvieran a sus compañeras en una jaula dorada, tenía sentido. Nadie en su sano juicio preferiría sufrir aquel dolor, a mantener protegidas a sus compañeras.

Se incorporó como pudo. Localizó el frasco con almas que descansaba sobre el escritorio. No pudo evitar contemplar por un momento la fotografía de Iseth.

Ingirió una buena cantidad de almas, para reponer toda la energía gastada. Se arrastró hasta el baño y fue deshaciéndose de sus ropas. Observó sus piernas, oscuras manchas las cubrían, una variedad de morados y verdes. Se dio una ducha rápida y salió de su habitación rumbo al comedor. Si quería sobrevivir a todo ese desgaste físico debía ingerir algo más que sólo almas.

Iseth llegó a la habitación y encontró al pequeño lobo arrinconado en su cama. Con la mirada aburrida. La lunatian abrió la boca pero la cerró enseguida. El lugar entero era un desastre. Las sabanas de ambas camas estaban esparcidas por doquier convertidas en tiras de tela. Los escasos muebles estaban destrozados. Para ser un pequeño cachorro sus mandíbulas parecían bastante fuertes.

Se acercó lentamente hasta la cama. Intentando armar alguna frase coherente pero era imposible. Se sentó al borde y estiró la mano. Seth fue hasta ella.

-Esto es un problema, ¿sabes?- murmuró mientras acariciaba la peluda cabeza.

El pequeño la observaba sin acabar de comprender la situación. Él sólo había encontrado la manera de distraerse en medio de aquellas largas horas de soledad. Ahora Iseth tendría que encargarse de limpiar todo ese desastre.

En medio de su planeación la puerta se abrió y entró su compañera. Podría jurar que sus ojos estaban a punto de salirse de sus orbitas. Observó furiosa como todas sus posesiones habían sido reducidas a basura. Sus oscuros ojos llameaban furia.

Su rostro giró buscando al culpable. Y entonces vio a ambos: lunatian y lobo. El pequeño tenía un pedazo de tela en su hocico. Apretó los puños con fuerza, esa pequeña criatura había sido el causante de todo. Observó entonces la habitación completa. Toda había sido destrozada, sin tener preferencia por ninguna de las dos demonios que ahí habitaban.

-¿Está a tu cuidado?- preguntó intentando ocultar la furia que sus ojos evidenciaban.

-Sí.- contestó sin bajar la guardia. Esperaba que estallara en una rabieta en cualquier momento.

-Entonces te harás cargo de limpiar este desastre.- ordenó y enseguida desapareció de ahí.

Iseth permaneció sentada observando la puerta cerrada. No acababa de creer lo que había sucedido. No esperaba una reacción tan pacifica de su parte. Entonces se dio cuenta de que el culpable había sido Seth, y eso le hacía imposible tomar venganza o algo parecido. En la mansión estaba estrictamente prohibido maltratar a las bestias.

Sin demasiado entusiasmo comenzó a levantar todas las cosas arruinadas y las fue amontonando en medio del lugar. Al parecer todo había sido alcanzado por las destructoras mandíbulas y garras del pequeño lobo.

Aquello le dio la oportunidad de conocer un poco más sobre la mansión. Realmente conocía poco casi anda sobre el lugar que ahora habitaba. Su rutina era limpiar, dormir, y así sucesivamente. Dejó toda la basura donde creyó conveniente. Esperando que realmente fuera el lugar correcto. Lo recomendable sería preguntar y salir de dudas, pero no esperaba que alguien quisiera ayudarla. Así que había decidido ahorrarse la molestia.

En su aventura para limpiar el desastre en que su habitación se había convertido, Seth la acompañaba a todos lados. Le llevó varias horas poner todo en orden, y conseguir reemplazar los muebles dañados.

Decidió entonces que una habitación no era el mejor lugar para estar con Seth. Así que esa noche durmieron bajo la luz de la luna.

Los días siguientes fueron caóticos. No podía dejar a Seth en la habitación, pero tampoco podía llevarlo con ella. Finalmente encontró un lugar seguro dentro de la mansión donde le lobo podría estar libre pero seguro. Mientras ella trabajaba.

No había vuelto a encontrarse con Addu. Pero a veces podía oler su aroma en el aire. Él la observaba en ocasiones pero no se acercaba hasta que ella se había marchado. La manada se mostraba más amigable con ella.

En general las cosas parecían haber mejorado. Ya no había vuelto a ver a su compañera. Aunque en realidad sólo iba a su habitación por ropa limpia. Pasaba las noches en la intemperie, enseñándole a Seth como sobrevivir en aquel ambiente. Aunque muchas veces era el lobo quien le enseñaba a ella un par de trucos nuevos.

El tiempo transcurría a una velocidad de vértigo. Y cada vez se adaptaba mejor a aquel lugar. Ya había recorrido la mansión entera, al menos las partes a las que podía acceder. Conocía los alrededores bastante bien. Y había tenido contacto con muchos de las bestias que ahí habitaban.

Sus tareas cada vez eran menos. Y el tiempo libre era más amplio. Aunque realmente nadie hablaba con ella. Aprendía de observar al resto de los demonios trabajar con las diferentes bestias. Mientras Seth crecía a una velocidad sorprendente. Al menos había crecido quince centímetros. Y sus instintos se despertaban igual de rápido.

Sus encuentros con Azazel eran más frecuentes. Aunque la actitud de su compañero no cambiaba. Al menos estaba feliz de que la escuchara. Sin embargo a veces pensaba que le ocultaba algo. En muchos de los encuentros él mantenía su imagen borrosa. Como si no quisiera que ella notara algo. Había intentado insistir pero él le había cortado el tema tajante.

Después de una larga temporada de dormir a la intemperie, Iseth necesitaba un poco de comodidad. Había decidido pasar esa noche en su habitación. Pero le había advertido a Seth que se comportara. Ciertamente ella gustaba de pasar las noches fuera. Pero también estaba acostumbrada a ciertas comodidades.

El olor a serpiente inundo sus fosas nasales nada más entrar en la habitación. Su mirada recorrió el lugar. Su compañera no estaba, al parecer no había dejado de ir luego del incidente. Se imaginaba lo feliz que estaba de no tener que compartir la habitación. Con cautela entró al lugar. El lobo comenzó a gruñir sin querer seguirla.

-¿Qué sucede?- preguntó olisqueando el aire. Pero no encontraba señal alguna de peligro. Sólo el inconfundible aroma a serpiente.- Entra.- ordenó. Imaginó que el pequeño nunca había tenido contacto verdadero con serpientes y el aroma lo ponía nervioso.

Decidió que Seth entraría cuando lo quisiera. Pero no se privaría de la comodidad de una confortable cama. Sin pensarlo demasiado entró en la habitación. Nada más poner un pie dentro una serie de agujas salieron disparadas en su dirección. Intentó esquivarlas pero eran demasiadas. Se clavaron profundamente en su piel.

La lunatian retrocedió lentamente. Las heridas comenzaron a arder, como si tuviera fuego quemándola desde el interior. El dolor se intensificaba a cada segundo y pronto no pudo soportarlo más, cayó al suelo con un estrepitoso golpe. Sus ojos estaban abiertos de par en par, las pupilas dilatadas. Sus miembros quedaron paralizados y todos sus sentidos se vieron afectados. Su visión quedó borrosa y no distinguía más que manchas sin forma. Seth ladraba intentando llamar su atención pero ella ya no lo escuchaba. Pronto todos sus sentidos dejaron de funcionar y cayó en una oscuridad total, dejó de sentir su cuerpo y se sintió flotar en el vacío.

Seth comenzó a ladrar descontrolado. Movía las manos de la lunatian para que reaccionara. Lamiéndolas para llamar su atención. Pero era inútil. Terminó echado a su lado, gimiendo e intentando despertarla. Los demonios que pasaban por ahí no le prestaban la menor atención. De repente se levantó y comenzó a correr. Dejando a la lunatian inconciente tirada en el suelo.

Addu estaba a punto de salir de la mansión cuando Seth se le fue encima. Lo tomó desprevenido así que estuvo a punto de derribarlo. El lobo aferraba con fuerza el pantalón del demonio y lo sacudía en dirección a la habitación de la lunatian.

-¿Qué sucede?- preguntó el demonio. Mientras el lobo rasgaba la tela de su pantalón.

Después de unos minutos de tira y afloja, el demonio finalmente cedió y comenzó a seguir al lobo. Al llegar al pasillo de las habitaciones, se dio cuenta de la débil presencia de la lunatian. La encontró en la misma posición que Seth la había dejado.

Observó la habitación sin llegar a adentrarse en ella. A simple vista todo aprecia normal pero si se ponía suficiente atención se notaban la infinidad de agujas esparcidas por todo el lugar. Aquello había sido una trampa y la lunatian había caído fácilmente.

Tomó a la joven en brazos y desapareció en una nube de humo. Seth comenzó a ponerse inquieto pero enseguida comenzó a correr en busca del rastro de ambos.

Llegaron a la enfermería de la mansión. Las hechiceras encargadas del lugar lo observaron incrédulas. Pero atendieron a la joven sin decir demasiado.

El estado de inconciencia era uno de los efectos del veneno, lo que no era entendible, era el porqué no estaba retorciéndose de dolor. Aquel veneno no era mortal pero causaba mucho dolor y la carne tocada era corroída de inmediato. Y sin embargo al lunatian sólo estaba inconciente. Las hechiceras no podían explicarse aquello.

A pesar de las interrogantes que tenían, las hechiceras cumplieron con su parte y administraron el antídoto. En pocos minutos Iseth despertó. Las hechiceras le explicaron lo ocurrido, no por que fueran amables, si no por que era su trabajo. También le hablaron sobre lo raro de su situación.

Las dudas de Iseth se dispararon. Salió de la enfermería a toda prisa. Ni siquiera presto atención a Seth que la seguía de cerca. Encontró un lugar donde sentarse y entonces se preparó para iniciar una conexión con Azazel.

Cerró los ojos intentando vislumbrar la luz que conectaba ambas mentes. Pero era más difícil de lo que esperaba. Finalmente después de muchos intentos logró entrar en la mente de Azazel. Lo que vio la dejó helada. Su compañero permanecía inconciente. Su cuerpo presentaba las mismas heridas que ella había recibido, la piel estaba corroída, profundizando el daño.

La verdad de su situación como compañeros le cayó como una bofetada. Las razones por las que las hembras lunatian permanecían en una jaula de oro ahora tenía sentido. Eran los varones quienes recibían la mayor parte del daño si sus compañeras sufrían herida alguna.

-¡Azazel!- gritó frenética dentro de su mente.

El lunatian respondió aún en la inconciencia. Como si la voz de su compañera fuera un ancla para mantenerse ahí.

-Iseth…- murmuró. Intentando visualizar algo en aquella espesa oscuridad.

-¿Por qué?- preguntó ella angustiada e incrédula. Él reconoció la angustia en su voz y supo que haría alguna tontería.

-No lo hagas…- ordenó.

-Ya es tarde.- fue su respuesta y esta vez fue ella quien cortó la conexión.

Iseth abrió los ojos. Su mirada furiosa lanzaba chispas ensangrentadas. Seth se sintió intimidado por el aura agresiva que la rodeaba. Se levantó de un salto. Comenzó a avanzar, con su sentido del olfato abierto del todo, buscando aquella presencia. El olor a serpientes y demonio.

Llegó hasta su habitación y desde ahí siguió el rastro de la kurohi. Sus caninos habían crecido, dándole un aspecto amenazador, y sus manos medio deformadas lucían como mortales garras. Cuando finalmente encontró a la dueña de aquel peculiar aroma una siniestra sonrisa se dibujó en sus labios.
 
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10 replies since 8/5/2008, 22:23   6374 views
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